El avistaje de toninas es otro de los grandes atractivos que regala la provincia. La experiencia tiene como punto de partida el Puerto de Rawson. Mar adentro, se va al encuentro con la fauna marina.
Primero se llega al centro de informes. Allí nos esperan los guías turísticos para emprender el viaje. El día amenazaba con nublarse, pero poco a poco las nubes se van corriendo, dando lugar a un sol radiante. Con un poco de brisa, el día está ideal para embarcarse y chocar de frente con las maravillas que sólo pueden encontrarse dentro del mar patagónico.
La promesa es de un viaje de una hora. Se propone no sólo avistar toninas, sino también lobos marinos y diversos tipos de aves. La travesía se retrasa un poco. Los turistas que salieron antes que nosotros debieron hacer una recorrida más larga para poder encontrar las toninas.
En el interín aumenta la ansiedad. Revisando un poco el centro de informes, me encuentro con el “libro de sugerencias”. Doy una leída rápida por las páginas para matar el tiempo. “Experiencia espectacular, gracias, hermosas las toninas”, son algunas de las frases que se repiten. Y los turistas son de distintos puntos del país: hay visitantes de Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán, San Luis, Córdoba.
Mezclados entre ellos aparecen un turista italiano y otro de Londres que también se animaron y decidieron dejar su mensaje grabado, contando una experiencia que seguramente fue inolvidable. Eso es lo que estamos por comprobar. Nos llaman para ponernos los salvavidas y ya estamos listos para partir. Nuestro grupo es de casi 20 personas, algunas de ellas de Buenos Aires, otros que parecen ser italianos. Sergio y Martín serán nuestros guías.
Vemos llegar la lancha con el grupo anterior. Ellos bajan, nosotros subimos. Nuestros guías nos piden paciencia. Nos dicen que ya tienen ubicado al grupo más grande de toninas.
Zarpamos. Vamos lentamente por las orillas del Puerto y a la salida ya nos detenemos para ver un grupo de aves sobrevolando y en la orilla las parejas de lobos marinos, con sus ruidos característicos.
Ahora vamos para mar abierto. Aceleramos y abandonamos la escollera. Ya se siente el oleaje y las gotas que salpican se empiezan a sentir. “Comienza la aventura patagónica”, dice una de las personas a bordo.
Pasaron 20 minutos, el Puerto se ve lejano y ya estamos sobre la milla en las que estaban circulando las toninas. Nos detenemos allí. Hay que estar atentos, todavía no se pueden divisar. De repente se ven las primeras dos que pasan por debajo de la lancha.
Las toninas son un tipo de delfín, de los más pequeños que hay. En promedio miden 1,30 metros y su característica principal es su cuerpo blanco, con las manchas negras perfectamente delimitadas en su cuerpo.
Comienzan a aparecer los grupos más grandes. Ya se las puede observar de la derecha, la izquierda y pasando por delante de nosotros. Avanzamos un poco más y nos acompañan, deciden mostrarse, dando rápidos saltos y hacen algunas piruetas también para agasajar a los invitados. Su estética es perfecta. Con el sol brilla su color blanco y negro. Su cuerpo es geométrico y forma una figura perfecta.
También en el medio del mar profundo surgen algunas sorpresas. Nadando en forma solitaria aparece un pingüino. A medida que nos adentramos en la profundidad, salpica más el agua, aunque ya no se siente. Desde los costados del bote seguimos firmes admirados de ver pasar una y otra vez a este delfín de las aguas patagónicas.
Volvemos a acelerar, ahora con mucha más potencia. El oleaje y la estela que deja la lancha suele ser aprovechado por estos maravillosos animales para brindar todo su repertorio. Intentamos la primera vez y no tenemos suerte. Una segunda y nada.
Vamos por el tercer intento, siempre bajo la consigna original de tener paciencia. Luego de detenerse la lancha vuelve a tomar ritmo. Nos piden que nos pasemos hacia la parte de atrás para darle más inclinación a la embarcación y producir una mayor onda. Se va formando la estela y detrás va quedando un mar agitado.
De repente se ve por la parte trasera a una de las toninas saltando entre las olas que se van formando. Brindan su último espectáculo, como sabiendo que ya tenemos que emprender la vuelta.
Con el alma llena y con gran energía gastada, volvemos hacia el puerto. Todo valió la pena. Ahora seremos nosotros los que dejemos nuestro sello en el libro de anotaciones.
Nos acercamos a la orilla, amarramos la embarcación y salimos. El día espléndido sigue como cómplice de una experiencia imperdible en altamar, visitando y siendo turistas en la tierra de las toninas.
El avistaje de toninas es otro de los grandes atractivos que regala la provincia. La experiencia tiene como punto de partida el Puerto de Rawson. Mar adentro, se va al encuentro con la fauna marina.
Primero se llega al centro de informes. Allí nos esperan los guías turísticos para emprender el viaje. El día amenazaba con nublarse, pero poco a poco las nubes se van corriendo, dando lugar a un sol radiante. Con un poco de brisa, el día está ideal para embarcarse y chocar de frente con las maravillas que sólo pueden encontrarse dentro del mar patagónico.
La promesa es de un viaje de una hora. Se propone no sólo avistar toninas, sino también lobos marinos y diversos tipos de aves. La travesía se retrasa un poco. Los turistas que salieron antes que nosotros debieron hacer una recorrida más larga para poder encontrar las toninas.
En el interín aumenta la ansiedad. Revisando un poco el centro de informes, me encuentro con el “libro de sugerencias”. Doy una leída rápida por las páginas para matar el tiempo. “Experiencia espectacular, gracias, hermosas las toninas”, son algunas de las frases que se repiten. Y los turistas son de distintos puntos del país: hay visitantes de Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán, San Luis, Córdoba.
Mezclados entre ellos aparecen un turista italiano y otro de Londres que también se animaron y decidieron dejar su mensaje grabado, contando una experiencia que seguramente fue inolvidable. Eso es lo que estamos por comprobar. Nos llaman para ponernos los salvavidas y ya estamos listos para partir. Nuestro grupo es de casi 20 personas, algunas de ellas de Buenos Aires, otros que parecen ser italianos. Sergio y Martín serán nuestros guías.
Vemos llegar la lancha con el grupo anterior. Ellos bajan, nosotros subimos. Nuestros guías nos piden paciencia. Nos dicen que ya tienen ubicado al grupo más grande de toninas.
Zarpamos. Vamos lentamente por las orillas del Puerto y a la salida ya nos detenemos para ver un grupo de aves sobrevolando y en la orilla las parejas de lobos marinos, con sus ruidos característicos.
Ahora vamos para mar abierto. Aceleramos y abandonamos la escollera. Ya se siente el oleaje y las gotas que salpican se empiezan a sentir. “Comienza la aventura patagónica”, dice una de las personas a bordo.
Pasaron 20 minutos, el Puerto se ve lejano y ya estamos sobre la milla en las que estaban circulando las toninas. Nos detenemos allí. Hay que estar atentos, todavía no se pueden divisar. De repente se ven las primeras dos que pasan por debajo de la lancha.
Las toninas son un tipo de delfín, de los más pequeños que hay. En promedio miden 1,30 metros y su característica principal es su cuerpo blanco, con las manchas negras perfectamente delimitadas en su cuerpo.
Comienzan a aparecer los grupos más grandes. Ya se las puede observar de la derecha, la izquierda y pasando por delante de nosotros. Avanzamos un poco más y nos acompañan, deciden mostrarse, dando rápidos saltos y hacen algunas piruetas también para agasajar a los invitados. Su estética es perfecta. Con el sol brilla su color blanco y negro. Su cuerpo es geométrico y forma una figura perfecta.
También en el medio del mar profundo surgen algunas sorpresas. Nadando en forma solitaria aparece un pingüino. A medida que nos adentramos en la profundidad, salpica más el agua, aunque ya no se siente. Desde los costados del bote seguimos firmes admirados de ver pasar una y otra vez a este delfín de las aguas patagónicas.
Volvemos a acelerar, ahora con mucha más potencia. El oleaje y la estela que deja la lancha suele ser aprovechado por estos maravillosos animales para brindar todo su repertorio. Intentamos la primera vez y no tenemos suerte. Una segunda y nada.
Vamos por el tercer intento, siempre bajo la consigna original de tener paciencia. Luego de detenerse la lancha vuelve a tomar ritmo. Nos piden que nos pasemos hacia la parte de atrás para darle más inclinación a la embarcación y producir una mayor onda. Se va formando la estela y detrás va quedando un mar agitado.
De repente se ve por la parte trasera a una de las toninas saltando entre las olas que se van formando. Brindan su último espectáculo, como sabiendo que ya tenemos que emprender la vuelta.
Con el alma llena y con gran energía gastada, volvemos hacia el puerto. Todo valió la pena. Ahora seremos nosotros los que dejemos nuestro sello en el libro de anotaciones.
Nos acercamos a la orilla, amarramos la embarcación y salimos. El día espléndido sigue como cómplice de una experiencia imperdible en altamar, visitando y siendo turistas en la tierra de las toninas.