Phillis Wheatley

02 SEP 2024 - 10:34 | Actualizado 09 SEP 2024 - 17:03


Por Juan Bigrevich/ Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana

Tenía 7 años cuando fue arrebatada de su tierra sangrienta. Y vendida como esclava. Había nacido en Senegal y como tantos, fue atada de pies y manos con cadenas en un barco, verdaderos cascarones de madera, testigos del más grande horror y genocidio de todos los tiempos.

Fue llamada Phillis, porque así se llamaba la nave que la trajo a los Estados Unidos de Norteamérica, y Wheatley, que era el nombre del mercader que la compró cuando la pusieron en subasta en Boston, por entonces una colonia británica de Massachusetts. Corría la segunda semana de julio de 1761.

Fue palpada, totalmente desnuda, por muchas manos. Asquerosamente. Le abrieron la boca para ver sus dientes y exclamaron: ¡Será una buena yegua!
La familia en donde servía como doméstica le enseñó a leer y escribir. A los 12 años, leía clásicos griegos y latinos y pasajes difíciles de la Biblia en una lengua que no era la suya. Fuertemente influenciada por sus lecturas de las obras de Alexander Pope, John Milton, Homero, Horacio y Virgilio, Phillis comenzó a escribir poesía. A los 14 hizo el primero.

Nadie creía que ella fuera la autora. A los 20, Phillis fue interrogada por un tribunal de 18 ilustrados caballeros con toga y peluca. Tuvo que recitar textos de Virgilio y Milton y algunos mensajes de la Biblia, y también tuvo que jurar que los poemas que había escrito no eran plagiados. Desde una silla, rindió su largo examen, hasta que el tribunal la aceptó: era mujer, era negra, era esclava, pero era poeta. Inconcebible.


En un viaje a Londres en 1773 con el hijo de su maestro, buscando la publicación de su trabajo, se la ayudó a conocer a personas prominentes que se convirtieron en patrocinadores. La publicación de su obra “Poemas sobre diversos temas, religiosos y morales” le dio fama tanto en Inglaterra como en las colonias americanas. Figuras como Francisco de Miranda y George Washington elogiaron su trabajo. Unos años después, el poeta afroamericano Jupiter Hammon elogió su trabajo en un poema suyo.

Phillis fue emancipada por los Wheatley poco después de la publicación de su libro. Se casó alrededor de 1778 con John Peters, un verdulero libre que le gustaba más el juego que la venta de hortalizas y que fue su perdición. Y comenzó el drama: dos de sus hijos murieron cuando eran bebés y tras el abandono y encarcelación de su marido por deudas en 1784, Wheatley volvió a trabajar como sirvienta y lavandera y cayó en la pobreza.

Ni el trabajo duro ni su habilidad artística le brindarían prosperidad, lo que desembocaría en su temprano deceso a la edad de 31, y muriendo su tercer hijo unas horas después. Una tragedia; en serio. Un segundo volumen de poesía en el que se encontraba trabajando se ha perdido.

Phillis Wheatley se enfrentó a un mundo de blancos y a un mundo de hombres. Un mundo donde se pensaba que una persona afroamericana era un ser inferior sin capacidades intelectuales y que, por tanto, no sabía escribir. Y que logró lo inimaginable: derribó barreras raciales y promovió la igualdad en la historia norteamericana.

Sus obras han dejado un impacto duradero en la literatura y se han reconocido como un testimonio valioso de la experiencia afroamericana durante la época colonial y revolucionaria de Estados Unidos.

Phillis. Wheatley. La poetisa reina. Pero, como toda corona, llena de espinas. Y nadie le avisó.

02 SEP 2024 - 10:34


Por Juan Bigrevich/ Redacción Jornada
Podcast: Paloma Caria
Edición: Marcelo Maidana

Tenía 7 años cuando fue arrebatada de su tierra sangrienta. Y vendida como esclava. Había nacido en Senegal y como tantos, fue atada de pies y manos con cadenas en un barco, verdaderos cascarones de madera, testigos del más grande horror y genocidio de todos los tiempos.

Fue llamada Phillis, porque así se llamaba la nave que la trajo a los Estados Unidos de Norteamérica, y Wheatley, que era el nombre del mercader que la compró cuando la pusieron en subasta en Boston, por entonces una colonia británica de Massachusetts. Corría la segunda semana de julio de 1761.

Fue palpada, totalmente desnuda, por muchas manos. Asquerosamente. Le abrieron la boca para ver sus dientes y exclamaron: ¡Será una buena yegua!
La familia en donde servía como doméstica le enseñó a leer y escribir. A los 12 años, leía clásicos griegos y latinos y pasajes difíciles de la Biblia en una lengua que no era la suya. Fuertemente influenciada por sus lecturas de las obras de Alexander Pope, John Milton, Homero, Horacio y Virgilio, Phillis comenzó a escribir poesía. A los 14 hizo el primero.

Nadie creía que ella fuera la autora. A los 20, Phillis fue interrogada por un tribunal de 18 ilustrados caballeros con toga y peluca. Tuvo que recitar textos de Virgilio y Milton y algunos mensajes de la Biblia, y también tuvo que jurar que los poemas que había escrito no eran plagiados. Desde una silla, rindió su largo examen, hasta que el tribunal la aceptó: era mujer, era negra, era esclava, pero era poeta. Inconcebible.


En un viaje a Londres en 1773 con el hijo de su maestro, buscando la publicación de su trabajo, se la ayudó a conocer a personas prominentes que se convirtieron en patrocinadores. La publicación de su obra “Poemas sobre diversos temas, religiosos y morales” le dio fama tanto en Inglaterra como en las colonias americanas. Figuras como Francisco de Miranda y George Washington elogiaron su trabajo. Unos años después, el poeta afroamericano Jupiter Hammon elogió su trabajo en un poema suyo.

Phillis fue emancipada por los Wheatley poco después de la publicación de su libro. Se casó alrededor de 1778 con John Peters, un verdulero libre que le gustaba más el juego que la venta de hortalizas y que fue su perdición. Y comenzó el drama: dos de sus hijos murieron cuando eran bebés y tras el abandono y encarcelación de su marido por deudas en 1784, Wheatley volvió a trabajar como sirvienta y lavandera y cayó en la pobreza.

Ni el trabajo duro ni su habilidad artística le brindarían prosperidad, lo que desembocaría en su temprano deceso a la edad de 31, y muriendo su tercer hijo unas horas después. Una tragedia; en serio. Un segundo volumen de poesía en el que se encontraba trabajando se ha perdido.

Phillis Wheatley se enfrentó a un mundo de blancos y a un mundo de hombres. Un mundo donde se pensaba que una persona afroamericana era un ser inferior sin capacidades intelectuales y que, por tanto, no sabía escribir. Y que logró lo inimaginable: derribó barreras raciales y promovió la igualdad en la historia norteamericana.

Sus obras han dejado un impacto duradero en la literatura y se han reconocido como un testimonio valioso de la experiencia afroamericana durante la época colonial y revolucionaria de Estados Unidos.

Phillis. Wheatley. La poetisa reina. Pero, como toda corona, llena de espinas. Y nadie le avisó.


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