“Me hubiese gustado juzgar a Bravo y darle su merecido”

Enrique Guanziroli presidió el tribunal que juzgó la Masacre de Trelew en 2012. Su recuerdo de las pruebas claves, su “sabor amargo” por el fracaso de la extradición y el afán de la Marina por ocultar las evidencias.

El juez Guanziroli (primero a la izquierda) en una inspección en la Base Zar.
21 AGO 2024 - 16:40 | Actualizado 22 AGO 2024 - 0:05

“Me queda un sabor muy amargo porque por supuesto que me hubiera gustado juzgar a ese hombre y darle su merecido”.

La reflexión es de Enrique Guanziroli, que presidió el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia que juzgó la Masacre de Trelew. Jornada le preguntó por la ausencia en ese juicio oral y público de Roberto Bravo, el teniente refugiado en Miami que eludió dos intentos de extradición.

“Era uno de los protagonistas que podía hablar con más soltura. Su escapada y estar tantos años guardado es un punto para decir que los fusilamientos no fueron un procedimiento común de un improvisado o un jefezuelo local militar”.

Guanziroli recordó que en su fallo, el TOF no mencionó el rol de Bravo el 22 de agosto del 72. “El tribunal no se pronunció y guardó silencio. Se preservó de cualquier prejuicio para no descartar que avanzado el proceso, Bravo viniera y nos tocara juzgarlo”.

Según el juez jubilado, “Bravo tuvo tanta lucidez para desempeñarse como empresario en EE.UU., que seguramente la conservó de los años que fue protagonista de esta Masacre. Podía contestar algo”.

“El estilo de vida era bastante parecido al de Luis Sosa: muy militar, típico de la Marina. Eran tipos duros de mucha disciplina y autoexigencia para lo físico, pero olvidemos lo moral. Seguramente la orden la llegó a canalizar Sosa, que tenía mayor grado.

Pero Bravo fue un ejecutor que tuvo mucho ensañamiento.

Cuando ya tenía decididas las tres condenas, en 2012 Guanziroli miraba a los marinos sentados en el Cine Teatro de Rawson y pensaba en sus motivaciones. “Era la pregunta que me hacía. Cuando se les ofrece a los procesados decir las últimas palabras, un juez tiene todas las pruebas y es muy difícil que esas palabras cambien la decisión. Pero a veces clarifican los motivos, las razones que los llevaron a hacer eso. A veces quieren explicarse o atenuar su responsabilidad, o al contrario, alguno quizás actuó así convencido. Pero ninguno habló y el martillo ya estaba bajando”.

El exmagistrado consideró clave la pericia de Rodolfo Pregliasco en las paredes de la Base Zar para determinar dónde estaban los impactos y revelar que no hubo intentos de fuga sino balazos de un solo lado. “Nos reveló el afán institucional de cambiar la historia, porque la estructura esencial no la pudieron modificar. La pericia fue categórica”.


También fueron centrales los testimonios de los sobrevivientes: María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar: “Contaron por separado una versión que coincidía perfectamente. Ahí nos fuimos convenciendo todos. Fue un crimen atroz y abominable”.


-¿Fue una orden del presidente Agustín Lanusse o un operativo local?


-No fue una orden local ni un operativo local. Desechado totalmente. Fue una orden que vino de Buenos Aires en un marco represivo nacional. Por eso lo declaramos de lesa humanidad. No seamos ingenuos de creer que fue una orden local; fue una decisión impuesta y Sosa se llevó el secreto más importante a la tumba. Fue un fusilamiento a mansalva que excedió la locura o la borrachera de algunos oficiales.

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El juez Guanziroli (primero a la izquierda) en una inspección en la Base Zar.
21 AGO 2024 - 16:40

“Me queda un sabor muy amargo porque por supuesto que me hubiera gustado juzgar a ese hombre y darle su merecido”.

La reflexión es de Enrique Guanziroli, que presidió el Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia que juzgó la Masacre de Trelew. Jornada le preguntó por la ausencia en ese juicio oral y público de Roberto Bravo, el teniente refugiado en Miami que eludió dos intentos de extradición.

“Era uno de los protagonistas que podía hablar con más soltura. Su escapada y estar tantos años guardado es un punto para decir que los fusilamientos no fueron un procedimiento común de un improvisado o un jefezuelo local militar”.

Guanziroli recordó que en su fallo, el TOF no mencionó el rol de Bravo el 22 de agosto del 72. “El tribunal no se pronunció y guardó silencio. Se preservó de cualquier prejuicio para no descartar que avanzado el proceso, Bravo viniera y nos tocara juzgarlo”.

Según el juez jubilado, “Bravo tuvo tanta lucidez para desempeñarse como empresario en EE.UU., que seguramente la conservó de los años que fue protagonista de esta Masacre. Podía contestar algo”.

“El estilo de vida era bastante parecido al de Luis Sosa: muy militar, típico de la Marina. Eran tipos duros de mucha disciplina y autoexigencia para lo físico, pero olvidemos lo moral. Seguramente la orden la llegó a canalizar Sosa, que tenía mayor grado.

Pero Bravo fue un ejecutor que tuvo mucho ensañamiento.

Cuando ya tenía decididas las tres condenas, en 2012 Guanziroli miraba a los marinos sentados en el Cine Teatro de Rawson y pensaba en sus motivaciones. “Era la pregunta que me hacía. Cuando se les ofrece a los procesados decir las últimas palabras, un juez tiene todas las pruebas y es muy difícil que esas palabras cambien la decisión. Pero a veces clarifican los motivos, las razones que los llevaron a hacer eso. A veces quieren explicarse o atenuar su responsabilidad, o al contrario, alguno quizás actuó así convencido. Pero ninguno habló y el martillo ya estaba bajando”.

El exmagistrado consideró clave la pericia de Rodolfo Pregliasco en las paredes de la Base Zar para determinar dónde estaban los impactos y revelar que no hubo intentos de fuga sino balazos de un solo lado. “Nos reveló el afán institucional de cambiar la historia, porque la estructura esencial no la pudieron modificar. La pericia fue categórica”.


También fueron centrales los testimonios de los sobrevivientes: María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar: “Contaron por separado una versión que coincidía perfectamente. Ahí nos fuimos convenciendo todos. Fue un crimen atroz y abominable”.


-¿Fue una orden del presidente Agustín Lanusse o un operativo local?


-No fue una orden local ni un operativo local. Desechado totalmente. Fue una orden que vino de Buenos Aires en un marco represivo nacional. Por eso lo declaramos de lesa humanidad. No seamos ingenuos de creer que fue una orden local; fue una decisión impuesta y Sosa se llevó el secreto más importante a la tumba. Fue un fusilamiento a mansalva que excedió la locura o la borrachera de algunos oficiales.


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