"Luis Sea dejó todo para hacer un asado y dijo ahora vuelvo”

Jornada accedió en forma exclusiva a la última imagen del peón Luis Sea yendo a la estancia “Las Marianas”, la tarde del 18 de junio, cuando arreciaba el temporal. El domingo 23 de junio la Toyota Hilux apareció en un camino de ripio cerrada y cubierta de nieve. La última persona que lo vio dijo que iba a hacer un asado. ¿Por qué se fue intempestivamente?

01 JUL 2024 - 20:22 | Actualizado 01 JUL 2024 - 22:35

Por Lisandro Aguirregabiría/Redacción Jornada

La última imagen de la Toyota Hilux, en la que iba Luis Sea, a 40 kilómetros de Comodoro Rivadavia, en un camino de ripio, captada el martes 18 de junio por una cámara de Tecpetrol, pasadas las 18.30 horas, aún sigue siendo un enigma.

Pasaron 12 días desde que desapareció el peón que iba rumbo a la estancia Las Marianas, de Dante “Cachito” Pérez, en el límite de Chubut y Santa Cruz, y no hay ningún rastro de su paradero.

El domingo 23 de junio, la Hilux apareció cerrada con llave, cubierta de nieve, en un camino a unos 18 kilómetros de la estancia, por el que Luis Sea nunca solía andar. Ese es uno de los puntos que genera más dudas en torno a la desaparición del peón.

Allegados especulan todavía que la camioneta pudo haber sido “plantada” en el lugar. No entienden cómo el hombre conocedor del campo, pudo haberse perdido en medio del temporal y que no haya rastros de él.

Las pericias realizadas en el lugar indicaron que no hay ningún signo de lucha o forcejeo en el interior del vehículo. Los perros olfatearon rastros de Sea como si él hubiera andado por ahí cerca.

La Policía lo buscó de la camioneta hasta la estancia, donde hay puestos en el camino, pero no hay rastros del peón. Ahora, los rastrillajes se orientan para el otro lado o del campo.

Luis Sea, de 55 años, para los amigos es “Lolo”, y vivió toda su vida en el campo. Empezó de chico en los campos de la familia de Dante Pérez. “Lolo” es uno más de la familia.

El hombre, solo y sin hijos, solía quedarse en la casa de Cristian Sea, su hermana, cada vez que iba a Comodoro Rivadavia. Por lo general, en verano salía para el campo a más tardar a las 16 horas.

Cristina no se explica qué se le cruzó por la cabeza cuando salió para la estancia cuando se había hecho tarde y se venía un temporal de nieve.

El hombre había cobrado unos 300.000 pesos, una parte del sueldo, de los cuales 60.000 iba a usar para el combustible. La otra parte prefería reservársela y cobrarla más adelante, como acostumbran a hacer muchos hombres de campo.

“Fue por la ruta 26 pero no hizo el camino que hacía siempre; consideramos que se dio cuenta de que no lo iban a dejar pasar porque estaba cortado. Agarró un camino directo a la estancia pero que él no hubiera elegido”, cuenta Cristina a Jornada.

La familia Sea estuvo marcada por la fatalidad dos veces. La primera los marcó a fuego: les hizo ver que no somos todos iguales ante la ley.

La madre murió en 1993 atropellada por un automovilista La Justicia dictaminó que la indemnización para la familia debía ser menor porque la madre era “ama de casa”.

“Si mamá hubiera sido una abogada o ingeniera el daño a la sociedad es mucho mayor. Eso me quedó grabado”, dice Cristina que esas palabras le vienen a su mente ahora que tiene que volver a confiar en las autoridades.

En la segunda desgracia, hace 20 años, tuvieron que vérselas con la desidia del estado. José Velázquez, un niño de 12 años, en junio de 2004, murió en el Hospital de Comodoro Rivadavia porque no fue traslado a tiempo a Buenos Aires en el avión sanitario de la provincia.

Entonces la médica que lo atendió dijo que José era víctima de un abandono de personal y lo ratificó en la Justicia.

José, sobrino de Luis Sea, hoy tendría 32 años.

Cristina y la familia Sea no quieren volver a atravesar por ese calvario de suplicar que les presten atención, que los ayuden en la búsqueda a pesar de que ellos “no son nadie”.

Cristina aseguró que tiene la certeza de que Prefectura ya podría estar colaborando con un helicóptero de rescate, pero todavía no despegó porque la Fiscalía aún debe enviarles una nota que descansa en un cajón de un escritorio.

La fatalidad los persigue en la medida en que el tiempo se acaba, y las posibilidades de encontrar a Luis Sea se reducen.

Cristiana tiene el teléfono explotado de mensajes de esperanza de familiares, amigos, conocidos y vecinos que quieren a Luis Sea como un hermano. Está visto como un hombre “buenazo” que se ha pasado la vida trabando en el campo.

“Luis no es ningún caído del catre, ha andado por ahí a caballo, tengo toda la fe”, dicen los conocidos que confían en que el peón aún esté a resguardo en algún puesto en medio del temporal.

“Estamos para servir, somos vecinos, lo conozco, es muy buena persona, siempre estuvo y ese día que me enteré llegué a una estancia, no lo hallé, iba a seguir más arriba pero el caballo se hunde mucho en la nieve, pero ahora estoy por salir nuevamente”, dijo Eliseo Nahuelquir, un peón amigo que salió a buscarlo en medio del temporal.

“Mari,mari, tacuifi”, le dijo Cristina a Luis el lunes 17 de junio, la última vez que hablaron por teléfono.

Los hermanos tenían una relación muy cercana. “Tacuifi” significa “tanto tiempo”, una forma de decirle que lo extrañaba, que pensaba en él, que no veía la hora de verlo.

Cristina y Luis solían hablar por teléfono hasta tres o cuatro veces por día. El miércoles y el jueves la hermana pensó que Luis estaba en el campo, sin señal, por eso no lo atendía.

El jueves a la noche, Cristina habló por teléfono con una tía política. “¿Qué pasó con Lolo? Quedó en volver el martes, dejó todo para un asado y dijo: ya vuelvo”, le comentó la tía.

Cristina cayó en la cuenta de que no podía ser que el hermano no respondiera. El viernes a primera hora denunció la desaparición.

Luis Sea nunca había llegado a la estancia.

Ese día había una persona desaparecida que había salido rumbo a Chile.

Desde ese viernes Cristina sigue aferrada a la esperanza de encontrar a su hermano. Pide que Prefectura, la Justicia, de la Policía, hagan lo imposible para hallarlo.

“No entendemos por qué (ese día) hizo cosas que nunca hacía”, dice la mujer.

Solo entonces va a poder dormir en paz.

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01 JUL 2024 - 20:22

Por Lisandro Aguirregabiría/Redacción Jornada

La última imagen de la Toyota Hilux, en la que iba Luis Sea, a 40 kilómetros de Comodoro Rivadavia, en un camino de ripio, captada el martes 18 de junio por una cámara de Tecpetrol, pasadas las 18.30 horas, aún sigue siendo un enigma.

Pasaron 12 días desde que desapareció el peón que iba rumbo a la estancia Las Marianas, de Dante “Cachito” Pérez, en el límite de Chubut y Santa Cruz, y no hay ningún rastro de su paradero.

El domingo 23 de junio, la Hilux apareció cerrada con llave, cubierta de nieve, en un camino a unos 18 kilómetros de la estancia, por el que Luis Sea nunca solía andar. Ese es uno de los puntos que genera más dudas en torno a la desaparición del peón.

Allegados especulan todavía que la camioneta pudo haber sido “plantada” en el lugar. No entienden cómo el hombre conocedor del campo, pudo haberse perdido en medio del temporal y que no haya rastros de él.

Las pericias realizadas en el lugar indicaron que no hay ningún signo de lucha o forcejeo en el interior del vehículo. Los perros olfatearon rastros de Sea como si él hubiera andado por ahí cerca.

La Policía lo buscó de la camioneta hasta la estancia, donde hay puestos en el camino, pero no hay rastros del peón. Ahora, los rastrillajes se orientan para el otro lado o del campo.

Luis Sea, de 55 años, para los amigos es “Lolo”, y vivió toda su vida en el campo. Empezó de chico en los campos de la familia de Dante Pérez. “Lolo” es uno más de la familia.

El hombre, solo y sin hijos, solía quedarse en la casa de Cristian Sea, su hermana, cada vez que iba a Comodoro Rivadavia. Por lo general, en verano salía para el campo a más tardar a las 16 horas.

Cristina no se explica qué se le cruzó por la cabeza cuando salió para la estancia cuando se había hecho tarde y se venía un temporal de nieve.

El hombre había cobrado unos 300.000 pesos, una parte del sueldo, de los cuales 60.000 iba a usar para el combustible. La otra parte prefería reservársela y cobrarla más adelante, como acostumbran a hacer muchos hombres de campo.

“Fue por la ruta 26 pero no hizo el camino que hacía siempre; consideramos que se dio cuenta de que no lo iban a dejar pasar porque estaba cortado. Agarró un camino directo a la estancia pero que él no hubiera elegido”, cuenta Cristina a Jornada.

La familia Sea estuvo marcada por la fatalidad dos veces. La primera los marcó a fuego: les hizo ver que no somos todos iguales ante la ley.

La madre murió en 1993 atropellada por un automovilista La Justicia dictaminó que la indemnización para la familia debía ser menor porque la madre era “ama de casa”.

“Si mamá hubiera sido una abogada o ingeniera el daño a la sociedad es mucho mayor. Eso me quedó grabado”, dice Cristina que esas palabras le vienen a su mente ahora que tiene que volver a confiar en las autoridades.

En la segunda desgracia, hace 20 años, tuvieron que vérselas con la desidia del estado. José Velázquez, un niño de 12 años, en junio de 2004, murió en el Hospital de Comodoro Rivadavia porque no fue traslado a tiempo a Buenos Aires en el avión sanitario de la provincia.

Entonces la médica que lo atendió dijo que José era víctima de un abandono de personal y lo ratificó en la Justicia.

José, sobrino de Luis Sea, hoy tendría 32 años.

Cristina y la familia Sea no quieren volver a atravesar por ese calvario de suplicar que les presten atención, que los ayuden en la búsqueda a pesar de que ellos “no son nadie”.

Cristina aseguró que tiene la certeza de que Prefectura ya podría estar colaborando con un helicóptero de rescate, pero todavía no despegó porque la Fiscalía aún debe enviarles una nota que descansa en un cajón de un escritorio.

La fatalidad los persigue en la medida en que el tiempo se acaba, y las posibilidades de encontrar a Luis Sea se reducen.

Cristiana tiene el teléfono explotado de mensajes de esperanza de familiares, amigos, conocidos y vecinos que quieren a Luis Sea como un hermano. Está visto como un hombre “buenazo” que se ha pasado la vida trabando en el campo.

“Luis no es ningún caído del catre, ha andado por ahí a caballo, tengo toda la fe”, dicen los conocidos que confían en que el peón aún esté a resguardo en algún puesto en medio del temporal.

“Estamos para servir, somos vecinos, lo conozco, es muy buena persona, siempre estuvo y ese día que me enteré llegué a una estancia, no lo hallé, iba a seguir más arriba pero el caballo se hunde mucho en la nieve, pero ahora estoy por salir nuevamente”, dijo Eliseo Nahuelquir, un peón amigo que salió a buscarlo en medio del temporal.

“Mari,mari, tacuifi”, le dijo Cristina a Luis el lunes 17 de junio, la última vez que hablaron por teléfono.

Los hermanos tenían una relación muy cercana. “Tacuifi” significa “tanto tiempo”, una forma de decirle que lo extrañaba, que pensaba en él, que no veía la hora de verlo.

Cristina y Luis solían hablar por teléfono hasta tres o cuatro veces por día. El miércoles y el jueves la hermana pensó que Luis estaba en el campo, sin señal, por eso no lo atendía.

El jueves a la noche, Cristina habló por teléfono con una tía política. “¿Qué pasó con Lolo? Quedó en volver el martes, dejó todo para un asado y dijo: ya vuelvo”, le comentó la tía.

Cristina cayó en la cuenta de que no podía ser que el hermano no respondiera. El viernes a primera hora denunció la desaparición.

Luis Sea nunca había llegado a la estancia.

Ese día había una persona desaparecida que había salido rumbo a Chile.

Desde ese viernes Cristina sigue aferrada a la esperanza de encontrar a su hermano. Pide que Prefectura, la Justicia, de la Policía, hagan lo imposible para hallarlo.

“No entendemos por qué (ese día) hizo cosas que nunca hacía”, dice la mujer.

Solo entonces va a poder dormir en paz.


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