Editorial / Nunca fue (ni será) un país de mierda

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La gente apuesta por acabar con la grieta y vivir en un país donde no tiene lugar el discurso del odio.
28 OCT 2023 - 21:06 | Actualizado 28 OCT 2023 - 22:28

Los argentinos asistimos desde el domingo pasado a un espectáculo circense. Pero en este circo, los domadores se comen a los leones. La dura derrota de la oposición a manos “del ministro de Economía de 140% de inflación y el dólar a $ 1.200”, puso al borde del colapso a las alianzas opositoras que desde la debacle electoral de 2019, cuando el pueblo eyectó con votos de la Casa Rosada a Mauricio Macri, venían prometiendo un nuevo “cambio, pero más rápido”, “la exterminación del kirchnerismo”, “acabar con la casta”, “dolarizar” y hasta “dinamitar el Banco Central”, entre otras tantas banderas que con gestos y tonos de barbarie izaron tanto La Libertad Avanza como Juntos por el Cambio.

Los millones de argentinos que el 13 de agosto miraron con desdén a las PASO y eligieron no ir a votar, lo que permitió la concreción de un escenario de tercios encabezado por Javier Milei, salieron presurosos ocho semanas después a frenar el peligro que representan el líder de LLA y su séquito de colaboradores más cercanos, que parecen salidos de un pabellón psiquiátrico.

Tampoco Patricia Bullrich dio la talla. La presidenta del PRO equivocó una y otra vez el mensaje, se dejó asesorar mal y machacó contra el “kisnerismo” (“Pato” dixit) con una obcecación al borde de lo absurdo. Así le fue.

En ese escenario de desquicio erigió la figura de Sergio Massa, el ministro de la inflación y bla bla bla… A la luz de los resultados, la gente estaba buscando algo en las ofertas electorales que ni Milei ni Bullrich tenían para dar. Fue entonces que Massa, no por descarte sino porque supo aprovechar todas y cada una de las oportunidades que le fueron apareciendo, sacó a relucir su perfil de profesional de la política. Los derrotados o quienes no lo votaron deberían abstraerse por un rato de las pasiones y odios viscerales y analizar al tigrense como lo que demostró que es: un dirigente que aun en medio de la difícil situación económica entendió qué es lo que quiere la mayoría y por eso habló todo el tiempo de lo que hay que hacer, no de lo que no se hizo.

Massa fue el único que dijo que la Argentina “no es un país de mierda”, como sus adversarios intentaron instalar. Es evidente que la gente votó primero por el candidato de Unión por la Patria, pero también por el que estaba en contra de los discursos de odio y la profundización de la grieta. Argentina nunca fue ni será un país de mierda, a pesar de algunos.

Un poco de peronismo

Ningunear a los votantes de Massa como si fueran meros acomodaticios que votaron porque redujo Ganancias o empezó a devolver el IVA, es no entender ni el resultado del domingo ni lo que viene. La mayoría de los argentinos quiere que la clase política empiece a resolver de una buena vez los problemas más urgentes y que los esfuerzos se hagan con equilibrio. Por eso no compraron la idea del ajuste a cualquier precio, de acabar con los subsidios, o de llevar a la mínima expresión las redes de contención social, como si ahí estuvieran las mayores causas del déficit fiscal.

La Argentina necesita un presidente y un equipo de gobierno que sepa equilibrar las cargas. Los sectores más concentrados no pueden seguir imponiendo condiciones. No se trata de “convertirnos en Venezuela”, como les gusta decir impunemente –sobre todo- a los que perdieron la elección el domingo pasado. Se trata de hacer, nada más y nada menos, que un poco de peronismo, le pese a quien le pese. Justicia social, independencia económica y soberanía política son tres postulados desde donde se debería empezar a recorrer el camino de la reconstrucción.

Tampoco se trata de empezar a cantar la marcha “Los Muchachos Peronistas”. Votar a Massa no convierte a nadie en peronista, ni siquiera al propio Massa. Es, en todo caso, un gesto de supervivencia de los argentinos a los que muchos medios de comunicación hegemónicos trataron de convencer de que el problema era la política y que la salvación venía con una motosierra en la mano.

Si algo parece haber ocurrido en las elecciones del domingo y habrá que ratificar en el balotaje del 19 de noviembre es que la gente no quiere salvadores mesiánicos ni exterminadores de adversarios políticos. Apenas si quiere un presidente normal que haga lo que dice, cumpla lo que promete y hable de lo que viene, no de lo que pasó. Hasta acá, Massa hizo todo eso al pie de la letra y logró salir a flote a pesar de seguir siendo funcionario del gobierno de Alberto Fernández, que terminará su mandato en el ostracismo porque, precisamente, no cumplió con ninguno de los tres pasos.

Con poco margen

El escenario nacional le agrega un poco de incertidumbre al ya delicado panorama que deberá enfrentar el próximo gobernador de Chubut, Ignacio Torres. La derrota de Juntos por el Cambio confirma, aun sin saber qué ocurrirá en el balotaje, que el futuro gobierno provincial tendrá un color distinto al nacional, con todo lo que eso significa.

Torres, además, deberá surfear las olas causadas por el cataclismo de JxC. Por ahora, parece haber elegido protegerse en el bote con agujeritos que ocupan una decena de gobernadores cambiemitas que saltaron a tiempo del Titanic comandado por Mauricio Macri y sus grumetes Milei y Bullrich, pero que también enfatizaron su oposición a un posible gobierno de Massa. Lo primero es un gesto obvio de supervivencia. Lo segundo puede ser más complejo porque la mayoría de los gobernadores necesitará tender puentes con la Casa Rosada. Y Massa no es Alberto.

Torres enfrenta otro desafío interno: salir indemne del “Ángel Exterminador”, como llama con irónica certeza Jorge “Turco” Asis al fundador del PRO, que en su única aparición pública tras el acuerdo con Milei se encargó de aclarar y remarcar que “Nacho” estuvo en la reunión en donde se discutió la alianza con Milei, como si eso lo comprometiera al chubutense. Si el experimento le sale mal, como todo parecería indicar, Macri no se irá a cuarteles de invierno sin antes ajustar cuentas con los díscolos propios, una de las cosas que más le gustan al calabrés.#

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La gente apuesta por acabar con la grieta y vivir en un país donde no tiene lugar el discurso del odio.
28 OCT 2023 - 21:06

Los argentinos asistimos desde el domingo pasado a un espectáculo circense. Pero en este circo, los domadores se comen a los leones. La dura derrota de la oposición a manos “del ministro de Economía de 140% de inflación y el dólar a $ 1.200”, puso al borde del colapso a las alianzas opositoras que desde la debacle electoral de 2019, cuando el pueblo eyectó con votos de la Casa Rosada a Mauricio Macri, venían prometiendo un nuevo “cambio, pero más rápido”, “la exterminación del kirchnerismo”, “acabar con la casta”, “dolarizar” y hasta “dinamitar el Banco Central”, entre otras tantas banderas que con gestos y tonos de barbarie izaron tanto La Libertad Avanza como Juntos por el Cambio.

Los millones de argentinos que el 13 de agosto miraron con desdén a las PASO y eligieron no ir a votar, lo que permitió la concreción de un escenario de tercios encabezado por Javier Milei, salieron presurosos ocho semanas después a frenar el peligro que representan el líder de LLA y su séquito de colaboradores más cercanos, que parecen salidos de un pabellón psiquiátrico.

Tampoco Patricia Bullrich dio la talla. La presidenta del PRO equivocó una y otra vez el mensaje, se dejó asesorar mal y machacó contra el “kisnerismo” (“Pato” dixit) con una obcecación al borde de lo absurdo. Así le fue.

En ese escenario de desquicio erigió la figura de Sergio Massa, el ministro de la inflación y bla bla bla… A la luz de los resultados, la gente estaba buscando algo en las ofertas electorales que ni Milei ni Bullrich tenían para dar. Fue entonces que Massa, no por descarte sino porque supo aprovechar todas y cada una de las oportunidades que le fueron apareciendo, sacó a relucir su perfil de profesional de la política. Los derrotados o quienes no lo votaron deberían abstraerse por un rato de las pasiones y odios viscerales y analizar al tigrense como lo que demostró que es: un dirigente que aun en medio de la difícil situación económica entendió qué es lo que quiere la mayoría y por eso habló todo el tiempo de lo que hay que hacer, no de lo que no se hizo.

Massa fue el único que dijo que la Argentina “no es un país de mierda”, como sus adversarios intentaron instalar. Es evidente que la gente votó primero por el candidato de Unión por la Patria, pero también por el que estaba en contra de los discursos de odio y la profundización de la grieta. Argentina nunca fue ni será un país de mierda, a pesar de algunos.

Un poco de peronismo

Ningunear a los votantes de Massa como si fueran meros acomodaticios que votaron porque redujo Ganancias o empezó a devolver el IVA, es no entender ni el resultado del domingo ni lo que viene. La mayoría de los argentinos quiere que la clase política empiece a resolver de una buena vez los problemas más urgentes y que los esfuerzos se hagan con equilibrio. Por eso no compraron la idea del ajuste a cualquier precio, de acabar con los subsidios, o de llevar a la mínima expresión las redes de contención social, como si ahí estuvieran las mayores causas del déficit fiscal.

La Argentina necesita un presidente y un equipo de gobierno que sepa equilibrar las cargas. Los sectores más concentrados no pueden seguir imponiendo condiciones. No se trata de “convertirnos en Venezuela”, como les gusta decir impunemente –sobre todo- a los que perdieron la elección el domingo pasado. Se trata de hacer, nada más y nada menos, que un poco de peronismo, le pese a quien le pese. Justicia social, independencia económica y soberanía política son tres postulados desde donde se debería empezar a recorrer el camino de la reconstrucción.

Tampoco se trata de empezar a cantar la marcha “Los Muchachos Peronistas”. Votar a Massa no convierte a nadie en peronista, ni siquiera al propio Massa. Es, en todo caso, un gesto de supervivencia de los argentinos a los que muchos medios de comunicación hegemónicos trataron de convencer de que el problema era la política y que la salvación venía con una motosierra en la mano.

Si algo parece haber ocurrido en las elecciones del domingo y habrá que ratificar en el balotaje del 19 de noviembre es que la gente no quiere salvadores mesiánicos ni exterminadores de adversarios políticos. Apenas si quiere un presidente normal que haga lo que dice, cumpla lo que promete y hable de lo que viene, no de lo que pasó. Hasta acá, Massa hizo todo eso al pie de la letra y logró salir a flote a pesar de seguir siendo funcionario del gobierno de Alberto Fernández, que terminará su mandato en el ostracismo porque, precisamente, no cumplió con ninguno de los tres pasos.

Con poco margen

El escenario nacional le agrega un poco de incertidumbre al ya delicado panorama que deberá enfrentar el próximo gobernador de Chubut, Ignacio Torres. La derrota de Juntos por el Cambio confirma, aun sin saber qué ocurrirá en el balotaje, que el futuro gobierno provincial tendrá un color distinto al nacional, con todo lo que eso significa.

Torres, además, deberá surfear las olas causadas por el cataclismo de JxC. Por ahora, parece haber elegido protegerse en el bote con agujeritos que ocupan una decena de gobernadores cambiemitas que saltaron a tiempo del Titanic comandado por Mauricio Macri y sus grumetes Milei y Bullrich, pero que también enfatizaron su oposición a un posible gobierno de Massa. Lo primero es un gesto obvio de supervivencia. Lo segundo puede ser más complejo porque la mayoría de los gobernadores necesitará tender puentes con la Casa Rosada. Y Massa no es Alberto.

Torres enfrenta otro desafío interno: salir indemne del “Ángel Exterminador”, como llama con irónica certeza Jorge “Turco” Asis al fundador del PRO, que en su única aparición pública tras el acuerdo con Milei se encargó de aclarar y remarcar que “Nacho” estuvo en la reunión en donde se discutió la alianza con Milei, como si eso lo comprometiera al chubutense. Si el experimento le sale mal, como todo parecería indicar, Macri no se irá a cuarteles de invierno sin antes ajustar cuentas con los díscolos propios, una de las cosas que más le gustan al calabrés.#


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