El mar se tornó negro, espeso y asesino esta semana en al menos 1,8 millones de metros cuadrados por cuenta del derrame que los expertos coinciden en que dejará una huella ecológica negativa por muchos años.
La enorme mancha, que desató una ola de indignación nacional dirigida sobre todo contra la petrolera española Repsol, responsable de la operación que terminó en desastre, se desplaza ahora con lentitud hacia el norte, mientras arrasa a su paso con aves, mamíferos, peces y toda la riqueza natural de la zona.
"Condenamos el desastre ambiental provocado por la refinería La Pampilla, a cargo de Repsol. El daño ecológico en nuestro litoral es inadmisible", escribió en Twitter el presidente de Perú, Pedro Castillo, mientras su jefa de Gabinete ministerial, Mirtha Vásquez, prometía acciones.
Decenas de trabajadores y de entusiastas voluntarios, con equipos precarios y en muchos casos sin la más mínima formación técnica, tratan de limpiar, de detener el avance de la mancha y de salvar a los animales, mientras voces claman por medidas que impidan que algo así se repita.
Todo comenzó a miles de kilómetros de Perú, en Tonga, cuando el sábado 15 entró en erupción un volcán submarino y generó un tsunami que se extendió por el océano Pacífico en medio de las alertas de los países potencialmente comprometidos.
Perú fue una excepción, por causas que hasta ahora no se explican formalmente: la Marina de Guerra del Perú, que tiene a su cargo alertar cuando un tsunami está en camino, no lo hizo, por lo que las actividades en sus costas siguieron normales, al margen de que muchos viejos conocedores del mar intuyeron el peligro y se retiraron.
Cuando el tsunami llegó, 16 horas después de la erupción, Repsol descargaba de crudo para La Pampilla, la refinería que tiene en el distrito de Ventanilla, en El Callao, limítrofe con los distritos limeños de Ancón y Santa Rosa, extremo norte de la metrópoli capital.
Según portavoces de Repsol, al observar el "oleaje anómalo" sus operarios se contactaron con la Armada, pero recibieron de esta un parte informativo que transmitía tranquilidad, así que la faena continuó hasta que pasó lo que la multinacional española llama "incidente".
"Claramente hay responsabilidad de la empresa", afirmó el director general en Perú de la ONG Océana -que supervisa lo que sucede en los mares-, Daniel Olivares, para quien es inverosímil que los técnicos no reconocieran los riesgos.
Para Olivares, excongresista y experimentado activista ambiental, el error de la Armada debe ser aclarado, pero no alcanza para explicar lo que ocurrió, pues la petrolera tiene equipos de detección de riesgos, como, por ejemplo, boyas que miden el movimiento del agua.
La televisión peruana y las redes sociales se llenaron imágenes que desataron indignación: las playas y las aguas cercanas de Ventanilla, Santa Rosa y Ancón fueron tomadas por el petróleo hasta tornarse irreconocibles.
Impactaron singularmente las imágenes de gaviotas y otras aves totalmente cubiertas de petróleo. Se descuenta que lo mismo pasa mar adentro y en islotes-reserva vecinos con lobos marinos, pingüinos, pulpos, crustáceos, gran variedad de peces.
El biólogo Paolo Amaya sostuvo en el portal Wayka que los daños son graves, permanentes y se concentran el tres niveles en los que hay comunidades de organismos de gran valor ecológica.
Como muchas veces se afirma en Perú, el hecho de que el problema se generara en Lima permitió que el país se diera cuenta, por fin, de un fenómeno recurrente: de hecho, desde 1997 se han reportado 1.002 derrames petroleros de diferente tamaño, la mayor parte en la selva.
Según un estudio del movimiento Oxam International, la firma Pluspetrol, a través de su filial Pluspetrol Norte -desactivada para eludir multas impuestas por el Estado por esos derrames- encabeza la lista con 306 casos de derrames, seguida por Frontera Energy y la estatal Petroperú, con 114 y 111, respectivamente.
Olympic Perú (89 casos), Petrobras Energía (81), Savia Perú (53) y Pérez Companc Perú (47) también se han visto involucradas.
Para Olivares, el interés popular que nace de la coyuntura no debe apuntar al trabajo voluntario de limpieza, que requiere de conocimientos técnicos, sino a una presión para que el Estado adopte medidas que garanticen que casos así no se repitan, lo que implica entre otras cosas el fortalecimiento del Ministerio de Ambiente y su Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental.
Para el profesor universitario Ramiro Escobar, investigador del tema ambiental, el caso de Repsol debería dejar claro que no se trata de recibir inversión "como sea", sino de imponer estándares, sin que ello sea percibido como una práctica "chavista, maoísta o de hincha de Kim Jong-un".
Olivares insistió en que desde otra cuerda se debe examinar la desatención de la Armada peruana y recordó al respecto como sus colegas de Chile y Ecuador quedaron muy sorprendidos al enterarse de que en Perú no había alarma.
Una mujer de 46 años y su sobrina de 23 que caminaban por una playa en el departamento de Lambayeque fueron alcanzadas por el tsumani y se convirtieron en las únicas víctimas mortales reportadas en principio al margen de Tonga.
Aunque era una playa de antemano vetada para bañistas por peligrosa, se estima que debía haber alertas.
Las reacciones llegan de distintos lados y de distintos niveles: la ONU, por ejemplo, anunció el envío de ayuda, mientras que varias peluquerías de Lima iniciaron una campaña de recolección de cabello tras enterarse de que este es bueno para limpiar el petróleo.
Se descuenta que las huellas del desastre se notarán por meses, años. Y en el entretanto, los precarios pescadores artesanales de la zona dicen que, sumados, están perdiendo el equivalente a unos 5.000 dólares diarios.
El mar se tornó negro, espeso y asesino esta semana en al menos 1,8 millones de metros cuadrados por cuenta del derrame que los expertos coinciden en que dejará una huella ecológica negativa por muchos años.
La enorme mancha, que desató una ola de indignación nacional dirigida sobre todo contra la petrolera española Repsol, responsable de la operación que terminó en desastre, se desplaza ahora con lentitud hacia el norte, mientras arrasa a su paso con aves, mamíferos, peces y toda la riqueza natural de la zona.
"Condenamos el desastre ambiental provocado por la refinería La Pampilla, a cargo de Repsol. El daño ecológico en nuestro litoral es inadmisible", escribió en Twitter el presidente de Perú, Pedro Castillo, mientras su jefa de Gabinete ministerial, Mirtha Vásquez, prometía acciones.
Decenas de trabajadores y de entusiastas voluntarios, con equipos precarios y en muchos casos sin la más mínima formación técnica, tratan de limpiar, de detener el avance de la mancha y de salvar a los animales, mientras voces claman por medidas que impidan que algo así se repita.
Todo comenzó a miles de kilómetros de Perú, en Tonga, cuando el sábado 15 entró en erupción un volcán submarino y generó un tsunami que se extendió por el océano Pacífico en medio de las alertas de los países potencialmente comprometidos.
Perú fue una excepción, por causas que hasta ahora no se explican formalmente: la Marina de Guerra del Perú, que tiene a su cargo alertar cuando un tsunami está en camino, no lo hizo, por lo que las actividades en sus costas siguieron normales, al margen de que muchos viejos conocedores del mar intuyeron el peligro y se retiraron.
Cuando el tsunami llegó, 16 horas después de la erupción, Repsol descargaba de crudo para La Pampilla, la refinería que tiene en el distrito de Ventanilla, en El Callao, limítrofe con los distritos limeños de Ancón y Santa Rosa, extremo norte de la metrópoli capital.
Según portavoces de Repsol, al observar el "oleaje anómalo" sus operarios se contactaron con la Armada, pero recibieron de esta un parte informativo que transmitía tranquilidad, así que la faena continuó hasta que pasó lo que la multinacional española llama "incidente".
"Claramente hay responsabilidad de la empresa", afirmó el director general en Perú de la ONG Océana -que supervisa lo que sucede en los mares-, Daniel Olivares, para quien es inverosímil que los técnicos no reconocieran los riesgos.
Para Olivares, excongresista y experimentado activista ambiental, el error de la Armada debe ser aclarado, pero no alcanza para explicar lo que ocurrió, pues la petrolera tiene equipos de detección de riesgos, como, por ejemplo, boyas que miden el movimiento del agua.
La televisión peruana y las redes sociales se llenaron imágenes que desataron indignación: las playas y las aguas cercanas de Ventanilla, Santa Rosa y Ancón fueron tomadas por el petróleo hasta tornarse irreconocibles.
Impactaron singularmente las imágenes de gaviotas y otras aves totalmente cubiertas de petróleo. Se descuenta que lo mismo pasa mar adentro y en islotes-reserva vecinos con lobos marinos, pingüinos, pulpos, crustáceos, gran variedad de peces.
El biólogo Paolo Amaya sostuvo en el portal Wayka que los daños son graves, permanentes y se concentran el tres niveles en los que hay comunidades de organismos de gran valor ecológica.
Como muchas veces se afirma en Perú, el hecho de que el problema se generara en Lima permitió que el país se diera cuenta, por fin, de un fenómeno recurrente: de hecho, desde 1997 se han reportado 1.002 derrames petroleros de diferente tamaño, la mayor parte en la selva.
Según un estudio del movimiento Oxam International, la firma Pluspetrol, a través de su filial Pluspetrol Norte -desactivada para eludir multas impuestas por el Estado por esos derrames- encabeza la lista con 306 casos de derrames, seguida por Frontera Energy y la estatal Petroperú, con 114 y 111, respectivamente.
Olympic Perú (89 casos), Petrobras Energía (81), Savia Perú (53) y Pérez Companc Perú (47) también se han visto involucradas.
Para Olivares, el interés popular que nace de la coyuntura no debe apuntar al trabajo voluntario de limpieza, que requiere de conocimientos técnicos, sino a una presión para que el Estado adopte medidas que garanticen que casos así no se repitan, lo que implica entre otras cosas el fortalecimiento del Ministerio de Ambiente y su Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental.
Para el profesor universitario Ramiro Escobar, investigador del tema ambiental, el caso de Repsol debería dejar claro que no se trata de recibir inversión "como sea", sino de imponer estándares, sin que ello sea percibido como una práctica "chavista, maoísta o de hincha de Kim Jong-un".
Olivares insistió en que desde otra cuerda se debe examinar la desatención de la Armada peruana y recordó al respecto como sus colegas de Chile y Ecuador quedaron muy sorprendidos al enterarse de que en Perú no había alarma.
Una mujer de 46 años y su sobrina de 23 que caminaban por una playa en el departamento de Lambayeque fueron alcanzadas por el tsumani y se convirtieron en las únicas víctimas mortales reportadas en principio al margen de Tonga.
Aunque era una playa de antemano vetada para bañistas por peligrosa, se estima que debía haber alertas.
Las reacciones llegan de distintos lados y de distintos niveles: la ONU, por ejemplo, anunció el envío de ayuda, mientras que varias peluquerías de Lima iniciaron una campaña de recolección de cabello tras enterarse de que este es bueno para limpiar el petróleo.
Se descuenta que las huellas del desastre se notarán por meses, años. Y en el entretanto, los precarios pescadores artesanales de la zona dicen que, sumados, están perdiendo el equivalente a unos 5.000 dólares diarios.