La dura sequía que sufre hoy la Patagonia se percibe cuando el viento sopla desde el oeste y es cada vez más la cantidad de tierra y polvo que llega al Valle. Si a esto le sumamos la erosión galopante que sufren los campos producto de la explotación ganadera y la falta de agua, podremos entender porqué los cielos se ponen marrón cuando llega el viento. Es cierto que vivimos en una región árida y de pocas lluvias, pero muchas veces la naturaleza nos da señales, síntomas de que algo se está haciendo mal y que debemos buscar una solución pronto. Justamente por no ver las señales que daba la Madre Tierra, fue así que millones de personas sufrieron el castigo de ella en la década del ´30 en las extensas planicies de Estados Unidos. Debido a años de abuso del suelo por parte de los granjeros y sus máquinas, y a una sequía sin precedentes, los campos se volvieron polvo y la maltratada tierra cobró su venganza.
En 1931 la lluvia paró y comenzaron las “ventiscas negras”. Potentes tormentas de tierra que arrastraban millones de toneladas de polvo negro que convertían el día en noche en las llanuras del sur de Estados Unidos. La parte superficial del suelo, que estaba seca, era levantada y arrastrada por el viento en cuestión de minutos. Las nubes eran tan densas que, en ocasiones, las gallinas se iban a dormir durante el día, tal vez creyendo que era de noche. Era sólo el comienzo de la “Dust Bowl” (taza de polvo), la peor tormenta de tierra de la historia de ese país.
Los primeros europeos en llegar a las Grandes Llanuras creyeron que no eran apropiadas para la agricultura, por lo que la región recibió el nombre del Gran Desierto Americano. Más tarde, la relativa falta de agua y de madera hizo que la región resultara menos atractiva que otras a ojos de los pioneros, que prefirieron pasar de largo en su camino hacia el Oeste. Sin embargo, al finalizar la Guerra Civil Americana, y pese a la pobre reputación de la zona, el número de asentamientos comenzó a crecer animado por una ley que concedía tierras a todos aquellos que estuvieran dispuestos a cultivarlas.
La inmigración volvió a crecer a comienzos del siglo XX y los avances técnicos incrementaron el nivel de automatización de las explotaciones lo que permitió el cultivo a una escala mucho mayor. Asimismo, la Primera Guerra Mundial había incrementado la demanda y el precio de los productos agrícolas, lo que animó a los granjeros a convertir más tierras en tierras de cultivo.
Desafortunadamente, esta expansión, que había convertido las antiguas praderas en campos de cultivos, se había llevado de forma abusiva y sin control. Estas técnicas favorecieron la erosión, dejando sin protección los suelos durante los meses de invierno, que es cuando los vientos soplaban con más fuerza.
Sin embargo, los efectos del peligroso incremento de la erosión del suelo se hicieron evidentes cuando las lluvias “desaparecieron” y la tierra se secó. La sequía había comenzado en 1930 en los estados del este, pero fue al año siguiente cuando comenzó a dirigirse hacia el oeste. Con la llegada de la sequía llegaron también las “ventiscas negras”, las grandes tormentas de polvo. En 1932, ya se habían registraron 14. Al año siguiente, 38. Pero fue en 1934 cuando la frecuencia de las tormentas alcanzó niveles alarmantes, afectando a más del 75% del país.
La del 1934 fue la peor sequía de la historia de los Estados Unidos. Aunque la sequía sola no hubiera podido causar la devastación que vendría. Sus efectos se vieron multiplicados por el mal uso que se había dado al suelo. La capa de pasto, que había protegido las praderas desde hacía siglos, ya no existía. Había sido reemplazada por grandes extensiones de surcos de arado y por la sobreexplotación ganadera.
A causa de la sequía, las cosechas se echaron a perder y la tierra suelta quedó expuesta a la fuerza de los vientos sin ningún tipo de protección. Así que cuando el viento sopló, el suelo, convertido en polvo “voló”, formando nubes que, a su vez, hacían aún más difícil que volviera a llover.
En Texas, Oklahoma, Kansas, Colorado y Nuevo México la sequía convirtió cuarenta millones de hectáreas en terreno baldío. Además, la Gran Depresión había hecho que muchos agricultores entraran en pérdidas. Para intentar compensarlas, estos comenzaron a cultivar más tierras, pero el aumento de producción provocó un círculo vicioso y dañó aún más el suelo.
Con el paso del tiempo, la situación, lejos de mejorar, empeoraba. Durante los meses de marzo y abril de 1935, una tormenta de tierra era seguida por otra, en una rápida sucesión casi sin pausa que parecía no terminar. Pero la del 14 de abril fue la peor. Ese día, sin embargo, amaneció claro en las Grandes Llanuras, las tormentas parecía que, por fin, daban un respiro después de varias semanas. Y la gente decidió aprovechar ese día. Era domingo y algunos decidieron pasarlo fuera, acudieron a la iglesia o simplemente se dedicaron a sus tareas.
Era un día templado y agradable hasta que a media tarde la situación cambió, la temperatura cayó en picada y los pájaros comenzaron a piar y volar de forma nerviosa. Entonces, de repente, una enorme nube negra en forma de domo apareció en el horizonte aproximándose a gran velocidad. La tormenta tomó a todos por sorpresa. Algunos consiguieron llegar hasta sus casas. Otros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte y la escasa visibilidad hizo que tuvieran que detenerse en sus autos y buscar refugio por el camino. El día se había hecho noche en minutos.
Los daños causados por la polvareda y los vientos de hasta 100 Km. /h, fueron enormes y costó meses calcular las pérdidas que provocó. El 14 de abril de 1935 pasaría a ser conocido como “Domingo Negro”. Mucha gente murió ahogada por la tierra o enterrada por ella.
El polvo acabó en todos los sitios: en la comida, en el agua, en las casas, incluso en los pulmones de animales y personas, que comenzaron a morir sofocados y de “neumonía de polvo”. Algunos animales muertos tenían el estómago recubierto por una capa de polvo de varios centímetros de grosor. La gente llegaba a toser tierra seca.
Los desesperados granjeros intentaban impedir que el polvo entrara en sus casas colocando trapos mojados en ventanas y puertas. Pero era imposible, el polvo se colaba por cualquier grieta o rendija y había que sacarlo a baldes de las casas. Aunque afuera era aún peor. Las puertas exteriores se bloqueaban por la cantidad de tierra que se acumulaba delante de ellas. La gente tenía que salir por las ventanas y retirar el polvo con palas de las puertas. La nube de tierra cubrió todo el país ese día, de oeste a este.
Durante un tiempo, los granjeros siguieron arando y sembrando, esperanzados de que las lluvias volverían tarde o temprano, pero con el paso de los años las esperanzas se fueron desvaneciendo y comenzó un éxodo masivo desde las llanuras, la mayor migración de la historia de los Estados Unidos. La tierra se había muerto, ya nada brotaba de ella.
Familias cargadas con sus pertenencias huían en sus coches hacia los estados de la costa oeste, huyendo del polvo y del desierto. Otras, que se habían quedado, finalmente se vieron forzadas a irse al perder sus tierras por no poder pagar sus préstamos.
En 1936, la situación seguía siendo grave, pero se dieron los primeros pasos para solucionar el problema de la erosión. Un experto en agricultura, de nombre Hugh Bennett, propuso un innovador plan con nuevas técnicas para intentar preservar el suelo. No obstante, muchos de los granjeros, desanimados por el fracaso, se mostraron reacios a adoptar estas técnicas hasta que el Congreso acordó incentivarlos económicamente por ello.
Al año siguiente, 1937, el presidente Roosevelt ordenó la plantación de “cinturones” de árboles para proteger el suelo de la erosión provocada por el viento. El plan se prolongaría varios años y en 1942 ya se habían plantado unos 220 millones de ejemplares.
En 1938 ya se veían los primeros efectos positivos de todas estas políticas, la pérdida de suelo se había reducido un 65%, pero la sequía continuaba.
Finalmente la solución vendría del cielo, en el otoño de 1939 comenzó a llover. La llegada de las primeras lluvias fue un acontecimiento único, que los que sobrevivieron a los años polvorientos recordaron por siempre. Con la vuelta de la lluvia, retornó la vida a las Grandes Llanuras y el color dorado de las cosechas lo invadió todo. La sequía se había acabado.
La naturaleza había traído el castigo y la naturaleza trajo la solución. Nuestra Patagonia nos está dando síntomas como los que vivieron los granjeros estadounidenses en los ´30. Tendremos que tomar medidas para evitar la erosión del suelo o no faltará mucho para ver un día asomarse en el horizonte una gran nube de polvo negro. #
La dura sequía que sufre hoy la Patagonia se percibe cuando el viento sopla desde el oeste y es cada vez más la cantidad de tierra y polvo que llega al Valle. Si a esto le sumamos la erosión galopante que sufren los campos producto de la explotación ganadera y la falta de agua, podremos entender porqué los cielos se ponen marrón cuando llega el viento. Es cierto que vivimos en una región árida y de pocas lluvias, pero muchas veces la naturaleza nos da señales, síntomas de que algo se está haciendo mal y que debemos buscar una solución pronto. Justamente por no ver las señales que daba la Madre Tierra, fue así que millones de personas sufrieron el castigo de ella en la década del ´30 en las extensas planicies de Estados Unidos. Debido a años de abuso del suelo por parte de los granjeros y sus máquinas, y a una sequía sin precedentes, los campos se volvieron polvo y la maltratada tierra cobró su venganza.
En 1931 la lluvia paró y comenzaron las “ventiscas negras”. Potentes tormentas de tierra que arrastraban millones de toneladas de polvo negro que convertían el día en noche en las llanuras del sur de Estados Unidos. La parte superficial del suelo, que estaba seca, era levantada y arrastrada por el viento en cuestión de minutos. Las nubes eran tan densas que, en ocasiones, las gallinas se iban a dormir durante el día, tal vez creyendo que era de noche. Era sólo el comienzo de la “Dust Bowl” (taza de polvo), la peor tormenta de tierra de la historia de ese país.
Los primeros europeos en llegar a las Grandes Llanuras creyeron que no eran apropiadas para la agricultura, por lo que la región recibió el nombre del Gran Desierto Americano. Más tarde, la relativa falta de agua y de madera hizo que la región resultara menos atractiva que otras a ojos de los pioneros, que prefirieron pasar de largo en su camino hacia el Oeste. Sin embargo, al finalizar la Guerra Civil Americana, y pese a la pobre reputación de la zona, el número de asentamientos comenzó a crecer animado por una ley que concedía tierras a todos aquellos que estuvieran dispuestos a cultivarlas.
La inmigración volvió a crecer a comienzos del siglo XX y los avances técnicos incrementaron el nivel de automatización de las explotaciones lo que permitió el cultivo a una escala mucho mayor. Asimismo, la Primera Guerra Mundial había incrementado la demanda y el precio de los productos agrícolas, lo que animó a los granjeros a convertir más tierras en tierras de cultivo.
Desafortunadamente, esta expansión, que había convertido las antiguas praderas en campos de cultivos, se había llevado de forma abusiva y sin control. Estas técnicas favorecieron la erosión, dejando sin protección los suelos durante los meses de invierno, que es cuando los vientos soplaban con más fuerza.
Sin embargo, los efectos del peligroso incremento de la erosión del suelo se hicieron evidentes cuando las lluvias “desaparecieron” y la tierra se secó. La sequía había comenzado en 1930 en los estados del este, pero fue al año siguiente cuando comenzó a dirigirse hacia el oeste. Con la llegada de la sequía llegaron también las “ventiscas negras”, las grandes tormentas de polvo. En 1932, ya se habían registraron 14. Al año siguiente, 38. Pero fue en 1934 cuando la frecuencia de las tormentas alcanzó niveles alarmantes, afectando a más del 75% del país.
La del 1934 fue la peor sequía de la historia de los Estados Unidos. Aunque la sequía sola no hubiera podido causar la devastación que vendría. Sus efectos se vieron multiplicados por el mal uso que se había dado al suelo. La capa de pasto, que había protegido las praderas desde hacía siglos, ya no existía. Había sido reemplazada por grandes extensiones de surcos de arado y por la sobreexplotación ganadera.
A causa de la sequía, las cosechas se echaron a perder y la tierra suelta quedó expuesta a la fuerza de los vientos sin ningún tipo de protección. Así que cuando el viento sopló, el suelo, convertido en polvo “voló”, formando nubes que, a su vez, hacían aún más difícil que volviera a llover.
En Texas, Oklahoma, Kansas, Colorado y Nuevo México la sequía convirtió cuarenta millones de hectáreas en terreno baldío. Además, la Gran Depresión había hecho que muchos agricultores entraran en pérdidas. Para intentar compensarlas, estos comenzaron a cultivar más tierras, pero el aumento de producción provocó un círculo vicioso y dañó aún más el suelo.
Con el paso del tiempo, la situación, lejos de mejorar, empeoraba. Durante los meses de marzo y abril de 1935, una tormenta de tierra era seguida por otra, en una rápida sucesión casi sin pausa que parecía no terminar. Pero la del 14 de abril fue la peor. Ese día, sin embargo, amaneció claro en las Grandes Llanuras, las tormentas parecía que, por fin, daban un respiro después de varias semanas. Y la gente decidió aprovechar ese día. Era domingo y algunos decidieron pasarlo fuera, acudieron a la iglesia o simplemente se dedicaron a sus tareas.
Era un día templado y agradable hasta que a media tarde la situación cambió, la temperatura cayó en picada y los pájaros comenzaron a piar y volar de forma nerviosa. Entonces, de repente, una enorme nube negra en forma de domo apareció en el horizonte aproximándose a gran velocidad. La tormenta tomó a todos por sorpresa. Algunos consiguieron llegar hasta sus casas. Otros, sin embargo, no tuvieron tanta suerte y la escasa visibilidad hizo que tuvieran que detenerse en sus autos y buscar refugio por el camino. El día se había hecho noche en minutos.
Los daños causados por la polvareda y los vientos de hasta 100 Km. /h, fueron enormes y costó meses calcular las pérdidas que provocó. El 14 de abril de 1935 pasaría a ser conocido como “Domingo Negro”. Mucha gente murió ahogada por la tierra o enterrada por ella.
El polvo acabó en todos los sitios: en la comida, en el agua, en las casas, incluso en los pulmones de animales y personas, que comenzaron a morir sofocados y de “neumonía de polvo”. Algunos animales muertos tenían el estómago recubierto por una capa de polvo de varios centímetros de grosor. La gente llegaba a toser tierra seca.
Los desesperados granjeros intentaban impedir que el polvo entrara en sus casas colocando trapos mojados en ventanas y puertas. Pero era imposible, el polvo se colaba por cualquier grieta o rendija y había que sacarlo a baldes de las casas. Aunque afuera era aún peor. Las puertas exteriores se bloqueaban por la cantidad de tierra que se acumulaba delante de ellas. La gente tenía que salir por las ventanas y retirar el polvo con palas de las puertas. La nube de tierra cubrió todo el país ese día, de oeste a este.
Durante un tiempo, los granjeros siguieron arando y sembrando, esperanzados de que las lluvias volverían tarde o temprano, pero con el paso de los años las esperanzas se fueron desvaneciendo y comenzó un éxodo masivo desde las llanuras, la mayor migración de la historia de los Estados Unidos. La tierra se había muerto, ya nada brotaba de ella.
Familias cargadas con sus pertenencias huían en sus coches hacia los estados de la costa oeste, huyendo del polvo y del desierto. Otras, que se habían quedado, finalmente se vieron forzadas a irse al perder sus tierras por no poder pagar sus préstamos.
En 1936, la situación seguía siendo grave, pero se dieron los primeros pasos para solucionar el problema de la erosión. Un experto en agricultura, de nombre Hugh Bennett, propuso un innovador plan con nuevas técnicas para intentar preservar el suelo. No obstante, muchos de los granjeros, desanimados por el fracaso, se mostraron reacios a adoptar estas técnicas hasta que el Congreso acordó incentivarlos económicamente por ello.
Al año siguiente, 1937, el presidente Roosevelt ordenó la plantación de “cinturones” de árboles para proteger el suelo de la erosión provocada por el viento. El plan se prolongaría varios años y en 1942 ya se habían plantado unos 220 millones de ejemplares.
En 1938 ya se veían los primeros efectos positivos de todas estas políticas, la pérdida de suelo se había reducido un 65%, pero la sequía continuaba.
Finalmente la solución vendría del cielo, en el otoño de 1939 comenzó a llover. La llegada de las primeras lluvias fue un acontecimiento único, que los que sobrevivieron a los años polvorientos recordaron por siempre. Con la vuelta de la lluvia, retornó la vida a las Grandes Llanuras y el color dorado de las cosechas lo invadió todo. La sequía se había acabado.
La naturaleza había traído el castigo y la naturaleza trajo la solución. Nuestra Patagonia nos está dando síntomas como los que vivieron los granjeros estadounidenses en los ´30. Tendremos que tomar medidas para evitar la erosión del suelo o no faltará mucho para ver un día asomarse en el horizonte una gran nube de polvo negro. #