María José Medellín Cano (El Espectador)
Con una rápida revisión de los periódicos, noticieros, portales web y estaciones de radio puedo concluir que muchos quieren hoy recordar lo sucedido el 2 de diciembre de 1993, con la imagen de un hombre muerto tendido sobre un tejado de Medellín, rodeado de policías y civiles. Este escrito quiere atravesarse a esta ruidosa efeméride con las memorias de otro diciembre, siete años antes del referido, cuando los calendarios marcaban el miércoles 17 de diciembre de 1986. Ese día asesinaron a mi abuelo materno, Guillermo Cano Isaza, y ese hecho marcó para siempre la vida del periódico y la de mi familia. Hoy constato con sensible impotencia que la sociedad colombiana reconoce hoy más al victimario que al periodista que entregó su vida por advertir lo que iba a suceder con el mediático capo.
Tampoco hay libros ni productos sonoros o audiovisuales que cuenten quién fue Tulio Manuel Castro Gil, el juez que se jugó el pellejo al sindicar a los responsables del asesinato de Lara Bonilla y que al igual que el ministro murió acribillado el 23 de julio de 1985. No es posible conseguir el listado completo de ciudadanos del común o policías que fueron asesinados a mansalva o que cayeron en la lotería de los carros bomba. Por estas evidencias, nuestra propuesta para este diciembre con remembranza de 30 años es solo recordar a las víctimas. Pasar de largo por el dossier del delincuente que enseñó a matar a los menores de edad y a los criminales a entronizar sus imperios en las ciudades, y más bien desempolvar los amarillentos periódicos para rescatar a las víctimas anónimas.
María José Medellín Cano (El Espectador)
Con una rápida revisión de los periódicos, noticieros, portales web y estaciones de radio puedo concluir que muchos quieren hoy recordar lo sucedido el 2 de diciembre de 1993, con la imagen de un hombre muerto tendido sobre un tejado de Medellín, rodeado de policías y civiles. Este escrito quiere atravesarse a esta ruidosa efeméride con las memorias de otro diciembre, siete años antes del referido, cuando los calendarios marcaban el miércoles 17 de diciembre de 1986. Ese día asesinaron a mi abuelo materno, Guillermo Cano Isaza, y ese hecho marcó para siempre la vida del periódico y la de mi familia. Hoy constato con sensible impotencia que la sociedad colombiana reconoce hoy más al victimario que al periodista que entregó su vida por advertir lo que iba a suceder con el mediático capo.
Tampoco hay libros ni productos sonoros o audiovisuales que cuenten quién fue Tulio Manuel Castro Gil, el juez que se jugó el pellejo al sindicar a los responsables del asesinato de Lara Bonilla y que al igual que el ministro murió acribillado el 23 de julio de 1985. No es posible conseguir el listado completo de ciudadanos del común o policías que fueron asesinados a mansalva o que cayeron en la lotería de los carros bomba. Por estas evidencias, nuestra propuesta para este diciembre con remembranza de 30 años es solo recordar a las víctimas. Pasar de largo por el dossier del delincuente que enseñó a matar a los menores de edad y a los criminales a entronizar sus imperios en las ciudades, y más bien desempolvar los amarillentos periódicos para rescatar a las víctimas anónimas.