Editorial / La pandemia de la pandemia

Leé La Columna del Domingo, el tradicional análisis de la edición impresa de Jornada.

02 MAY 2020 - 20:33 | Actualizado

Había ocurrido hace dos semanas en Comodoro Rivadavia, cuando se conoció el primer caso –y pocos días después el segundo-, y ocurrió el jueves pasado en la zona del Valle, cuando llegamos al tercero. La imprudencia, falta de empatía y saña con la que muchos chubutenses se han comportado en este tiempo es otro dato que cuando la pandemia termine habría que sentarse a analizar.

La forma en que muchas personas exponen su peor cara inventando información y haciéndola circular, exponiendo a gente que sólo cometió el “pecado” de contagiarse el Covid-19, es apenas la punta del iceberg de la viralización que después hacen cientos de miles de imprudentes que inundan los celulares con mensajes, fotos y hasta videos que no sólo son un espanto sino también un delito penal.

Que tanto en Comodoro como ahora en Trelew gran parte de la sociedad se haya enterado desde el nombre y apellido hasta datos personales como profesiones, domicilios y hasta vínculos sociales de un simple contagiado de coronavirus, es responsabilidad de uno o varios de los que manejan la información sanitaria con falta de tino.

Es una situación que no sólo hay que rechazar enfáticamente, sino que, como prometió el Ministerio Público Fiscal de Chubut el viernes, hay que investigar, imputar, juzgar y, eventualmente, condenar a quienes hayan sido los autores de los delitos que contempla el Código Penal para este tipo de casos.

La difusión de los datos de las personas afectadas, en este caso por el virus, la divulgación de imágenes y filmaciones personales, podrían constituir delitos previstos en los artículos 156 y 157 del Código Penal, que reprime con multas económicas, inhabilitaciones y hasta prisión al que teniendo noticia o información “por razón de su estado, oficio, empleo, profesión o arte, de un secreto cuya divulgación pueda causar daño, lo revelare sin justa causa”. O al funcionario público que “revelare hechos, actuaciones, documentos o datos, que por ley deben ser secretos”.

Primero en Comodoro y ahora en Trelew, ambos artículos del Código Penal se infringieron con absoluta impunidad o desconocimiento. Sea cual fuere la razón, es inaceptable.

Las redes cloacales

Es verdad que desde que comenzó la masificación de las redes sociales ya nada fue igual en el mundo. Pero lo que se viene dando de un tiempo a esta parte es una especie de igualación hacia abajo que espanta.

La credulidad y psicosis con la que se han manejado siempre algunos sectores mayoritarios de sociedades más numerosas (como “los porteños”, por poner un ejemplo de un grupo social bien identificado en la Argentina, muchas veces estereotipado), los ha llevado a exagerar situaciones límites de tal manera que se ganaban la crítica de “los del interior”.

Hoy, con la expansión de los medios de comunicación y la masificación de la tecnología que permite acceder a ellos y a cualquier otro tipo de “comunicación social”, ese límite entre las grandes sociedades y las más pequeñas se ha borrado totalmente y el comportamiento (el bueno y el malo) se ha generalizado, no importa el origen.

Hace años, por ejemplo, que cientos de miles de chubutenses se ponen en la cola de una estación de servicio a llenar sus tanques de nafta sin necesidad, sólo porque escucharon en la radio, leyeron en WhatsApp o alguien les dijo en la cola del banco que va a faltar combustible porque “hay un paro en Comodoro”.

No hay grupo de WhatsApp en donde las cadenas virales falsas no hayan o sigan haciendo mella: siempre hay una Traffic blanca detrás del robo de niños en los baños de un supermercado; cada tanto aparece la “burundanga” (vaya uno a saber bien qué es) en los vasos de los jóvenes en un boliche; el mismo violador anda suelto en un barrio periférico de una ciudad de Chubut, en Lima, en Caracas o en Tijuana; todos aseguran que es en el supermercado de su ciudad o pueblo en donde venden carne podrida o pollos lavados con lavandina; los mercados chinos siempre apagan las heladeras de noche; y los de La Cámpora siguen adoctrinando niños en los jardines de infantes, por poner sólo algunos casos de los “virales” de los últimos años.

La pandemia informativa, de la que muchos medios también tienen que hacerse cargo, es una enfermedad dentro de la enfermedad.

Lo que el coronavirus vino a hacer, además de enfermar y matar a mucha gente alrededor del mundo, es a colonizar las cabezas de los incautos, no importa su clase social. Seres repetidores de mitos, noticias no chequeadas o, como ocurre ahora, datos personales que dañan a personas, familias y a toda una sociedad.

Los contenidos de la mayoría de las cadenas virales son abrumadoramente falsos e inclusive peligrosos. No es verdad, por ejemplo, que respirar vapor de agua caliente reduzca el riesgo de infección por coronavirus; tampoco que un té caliente con limón y bicarbonato elimine el Covid-19; también es una falacia que contener la respiración por diez segundos sea un método eficiente para saber si uno está infectado; o que helicópteros militares pasen por las noches desinfectando las ciudades.

Tampoco es verdad que ya esté o sea inminente la vacuna contra el Covid-19. Y mucho menos que estén desarrollando otra que inmunice a la sociedad contra la estupidez, la irresponsabilidad y la falta de empatía. Aunque también sería necesaria.

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02 MAY 2020 - 20:33

Había ocurrido hace dos semanas en Comodoro Rivadavia, cuando se conoció el primer caso –y pocos días después el segundo-, y ocurrió el jueves pasado en la zona del Valle, cuando llegamos al tercero. La imprudencia, falta de empatía y saña con la que muchos chubutenses se han comportado en este tiempo es otro dato que cuando la pandemia termine habría que sentarse a analizar.

La forma en que muchas personas exponen su peor cara inventando información y haciéndola circular, exponiendo a gente que sólo cometió el “pecado” de contagiarse el Covid-19, es apenas la punta del iceberg de la viralización que después hacen cientos de miles de imprudentes que inundan los celulares con mensajes, fotos y hasta videos que no sólo son un espanto sino también un delito penal.

Que tanto en Comodoro como ahora en Trelew gran parte de la sociedad se haya enterado desde el nombre y apellido hasta datos personales como profesiones, domicilios y hasta vínculos sociales de un simple contagiado de coronavirus, es responsabilidad de uno o varios de los que manejan la información sanitaria con falta de tino.

Es una situación que no sólo hay que rechazar enfáticamente, sino que, como prometió el Ministerio Público Fiscal de Chubut el viernes, hay que investigar, imputar, juzgar y, eventualmente, condenar a quienes hayan sido los autores de los delitos que contempla el Código Penal para este tipo de casos.

La difusión de los datos de las personas afectadas, en este caso por el virus, la divulgación de imágenes y filmaciones personales, podrían constituir delitos previstos en los artículos 156 y 157 del Código Penal, que reprime con multas económicas, inhabilitaciones y hasta prisión al que teniendo noticia o información “por razón de su estado, oficio, empleo, profesión o arte, de un secreto cuya divulgación pueda causar daño, lo revelare sin justa causa”. O al funcionario público que “revelare hechos, actuaciones, documentos o datos, que por ley deben ser secretos”.

Primero en Comodoro y ahora en Trelew, ambos artículos del Código Penal se infringieron con absoluta impunidad o desconocimiento. Sea cual fuere la razón, es inaceptable.

Las redes cloacales

Es verdad que desde que comenzó la masificación de las redes sociales ya nada fue igual en el mundo. Pero lo que se viene dando de un tiempo a esta parte es una especie de igualación hacia abajo que espanta.

La credulidad y psicosis con la que se han manejado siempre algunos sectores mayoritarios de sociedades más numerosas (como “los porteños”, por poner un ejemplo de un grupo social bien identificado en la Argentina, muchas veces estereotipado), los ha llevado a exagerar situaciones límites de tal manera que se ganaban la crítica de “los del interior”.

Hoy, con la expansión de los medios de comunicación y la masificación de la tecnología que permite acceder a ellos y a cualquier otro tipo de “comunicación social”, ese límite entre las grandes sociedades y las más pequeñas se ha borrado totalmente y el comportamiento (el bueno y el malo) se ha generalizado, no importa el origen.

Hace años, por ejemplo, que cientos de miles de chubutenses se ponen en la cola de una estación de servicio a llenar sus tanques de nafta sin necesidad, sólo porque escucharon en la radio, leyeron en WhatsApp o alguien les dijo en la cola del banco que va a faltar combustible porque “hay un paro en Comodoro”.

No hay grupo de WhatsApp en donde las cadenas virales falsas no hayan o sigan haciendo mella: siempre hay una Traffic blanca detrás del robo de niños en los baños de un supermercado; cada tanto aparece la “burundanga” (vaya uno a saber bien qué es) en los vasos de los jóvenes en un boliche; el mismo violador anda suelto en un barrio periférico de una ciudad de Chubut, en Lima, en Caracas o en Tijuana; todos aseguran que es en el supermercado de su ciudad o pueblo en donde venden carne podrida o pollos lavados con lavandina; los mercados chinos siempre apagan las heladeras de noche; y los de La Cámpora siguen adoctrinando niños en los jardines de infantes, por poner sólo algunos casos de los “virales” de los últimos años.

La pandemia informativa, de la que muchos medios también tienen que hacerse cargo, es una enfermedad dentro de la enfermedad.

Lo que el coronavirus vino a hacer, además de enfermar y matar a mucha gente alrededor del mundo, es a colonizar las cabezas de los incautos, no importa su clase social. Seres repetidores de mitos, noticias no chequeadas o, como ocurre ahora, datos personales que dañan a personas, familias y a toda una sociedad.

Los contenidos de la mayoría de las cadenas virales son abrumadoramente falsos e inclusive peligrosos. No es verdad, por ejemplo, que respirar vapor de agua caliente reduzca el riesgo de infección por coronavirus; tampoco que un té caliente con limón y bicarbonato elimine el Covid-19; también es una falacia que contener la respiración por diez segundos sea un método eficiente para saber si uno está infectado; o que helicópteros militares pasen por las noches desinfectando las ciudades.

Tampoco es verdad que ya esté o sea inminente la vacuna contra el Covid-19. Y mucho menos que estén desarrollando otra que inmunice a la sociedad contra la estupidez, la irresponsabilidad y la falta de empatía. Aunque también sería necesaria.


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