Cuando se reacciona sin medir las consecuencias

La CAI y Brown se olvidaron del fútbol. Y protagonizaron con el mismo grado de irresponsabilidad, un bochorno que no deberá repetirse. Las culpas se reparten y nadie se queda al margen. Cuatro jugadores visitantes fueron informados por el árbitro.

31 MAR 2014 - 21:01 | Actualizado 29 SEP 2022 - 22:55

Todo parece tener una explicación, menos lo irracional. Lejos podrán estar los futbolistas de la Comisión de Actividades Infantiles y Guillermo Brown, de enorgullecerse por lo hecho, una confrontación de tipo “vale todo” en donde se unificó a buenos y malos; a propios y extraños al término de un partido.

Habrá que buscarle las razones a la cuestión visceral que parece enfrentarlos y que en muy pocos capítulos ya atrasó sin ser un reloj. En los tres últimos hubo piñas, roces, piernas malintencionadas y expulsados.

Tampoco cabe la “victimización” o el análisis parcial de las cosas. Difícilmente una sola mirada permita dejar las cosas en claro ya que el fanatismo en estos casos, no cuenta. Si uno pega, inevitablemente el otro responderá. Y si se enciende un cigarrillo en un polvorín, seguramente todo explote por los aires. Si existe una palabra fuera de lugar en medio de tantas pulsaciones, el resultado final siempre será una agresión.

Las responsabilidades

Las culpas deben empezar a repartirse. El árbitro Fernando Espinosa no puede quedar al margen, varias de sus decisiones influyeron en pasajes claves. Los cuatro minutos agregados y un adicional, que no llegó a cumplirse después del gol del empate de Jesús Collantes, cuanto menos obliga a mirar varias veces el video. Los jugadores tampoco ayudaron. Walter Aciar, desbordado por la tarjeta roja que había visto minutos antes, y Hugo Barrientos quien sin jugar había ingresado a vestuarios como se estila en todos lados para recibir a sus compañeros, se agredieron sin medir las consecuencias posteriores.

Las corridas hacia la zona del corralito no fueron para clamar por la paz mundial, justamente. Y los veintidós, junto a los policías y algunos infiltrados que nada tenían que hacer en ese sector exclusivo decidieron interpretar a su modo la ley de la justicia, ojo por ojo. El público, entre ellos familiares, dirigentes y periodistas observaba con impotencia detrás de la reja, el grado de violencia extremo al que llegó el ataque. Futbolistas que golpeaban a discreción; algunos que se exponían a recibir en el afán de separar y hasta los dos entrenadores, tratando –sin lograrlo- de contener a los más exaltados. El operativo policial no funcionó. Nadie pudo frenar el incidente antes de que se iniciara y no se bloqueó debidamente el acceso a esta zona supuestamente restringida.

Fallas policiales

La falta de manejo –y de costumbre- ante estas situaciones, hizo que el desconocimiento llevara al error. Y que lejos de “liberar” una zona, se fallara en un dispositivo de seguridad. Tampoco fue correcta la intimidación sufrida por periodistas visitantes en el lugar por parte de un grupo de simpatizantes. Aunque todo quedó en amenazas sin demasiado sentido, fue un mal momento, innecesario.

Está claro que no debieran repetirse esta clase de golpes bajos al fútbol. Y que no se puede actuar irresponsablemente desde cualquier lugar que se ocupe. Cabeza fría para los futbolistas temperamentalmente excedidos; inteligencia para los dirigentes y autocrítica en el caso de los árbitros, a la larga también profesionales de la pelota que volvió a mancharse.

Los jugadores informados

El empate a la larga, no le sirvió a ninguno. La CAI relegó el puntaje ideal que traía y ya tiene a Guaraní pisándole los talones. Brown, con menor margen de maniobra, deberá pelear otra vez, esta vez administrativamente para “alivianar” las sanciones de los jugadores informados: Diego Luque, Fabio Giménez, Nicolás Ballestero y Federico Velázquez agregándose la suspensión que recibirá Walter Aciar, expulsado.

Ningún integrante del plantel local fue considerado en el informe del árbitro y resulta poco factible que se sancione al estadio Municipal.

Sobre la CAI no pesan antecedentes de este tipo. Su prolijo manejo institucional parece ser la contracara. Solamente van a los partidos unos pocos plateístas, formales y correctos que disfrutan del fútbol como una película. Podrá buscarse en todos los archivos un incidente violento o un gesto institucional poco correcto. Y no es por falta de motivos. Sufrió verdaderos robos a mano armada; goles anulados que le costaron descensos; injusticias reglamentarias y hasta casos de soborno en sus primeros tiempos en la Primera B Nacional.

Hablar de fútbol hubiera sido mucho mejor. La CAI impuso su juego en el primer tiempo, llegó al gol y parecía tener la situación controlada. Brown equilibró en la parte final y apretó hasta que terminó llevándose el punto. Igual ante lo que sucedió, el 1-1 es lo de menos.

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31 MAR 2014 - 21:01

Todo parece tener una explicación, menos lo irracional. Lejos podrán estar los futbolistas de la Comisión de Actividades Infantiles y Guillermo Brown, de enorgullecerse por lo hecho, una confrontación de tipo “vale todo” en donde se unificó a buenos y malos; a propios y extraños al término de un partido.

Habrá que buscarle las razones a la cuestión visceral que parece enfrentarlos y que en muy pocos capítulos ya atrasó sin ser un reloj. En los tres últimos hubo piñas, roces, piernas malintencionadas y expulsados.

Tampoco cabe la “victimización” o el análisis parcial de las cosas. Difícilmente una sola mirada permita dejar las cosas en claro ya que el fanatismo en estos casos, no cuenta. Si uno pega, inevitablemente el otro responderá. Y si se enciende un cigarrillo en un polvorín, seguramente todo explote por los aires. Si existe una palabra fuera de lugar en medio de tantas pulsaciones, el resultado final siempre será una agresión.

Las responsabilidades

Las culpas deben empezar a repartirse. El árbitro Fernando Espinosa no puede quedar al margen, varias de sus decisiones influyeron en pasajes claves. Los cuatro minutos agregados y un adicional, que no llegó a cumplirse después del gol del empate de Jesús Collantes, cuanto menos obliga a mirar varias veces el video. Los jugadores tampoco ayudaron. Walter Aciar, desbordado por la tarjeta roja que había visto minutos antes, y Hugo Barrientos quien sin jugar había ingresado a vestuarios como se estila en todos lados para recibir a sus compañeros, se agredieron sin medir las consecuencias posteriores.

Las corridas hacia la zona del corralito no fueron para clamar por la paz mundial, justamente. Y los veintidós, junto a los policías y algunos infiltrados que nada tenían que hacer en ese sector exclusivo decidieron interpretar a su modo la ley de la justicia, ojo por ojo. El público, entre ellos familiares, dirigentes y periodistas observaba con impotencia detrás de la reja, el grado de violencia extremo al que llegó el ataque. Futbolistas que golpeaban a discreción; algunos que se exponían a recibir en el afán de separar y hasta los dos entrenadores, tratando –sin lograrlo- de contener a los más exaltados. El operativo policial no funcionó. Nadie pudo frenar el incidente antes de que se iniciara y no se bloqueó debidamente el acceso a esta zona supuestamente restringida.

Fallas policiales

La falta de manejo –y de costumbre- ante estas situaciones, hizo que el desconocimiento llevara al error. Y que lejos de “liberar” una zona, se fallara en un dispositivo de seguridad. Tampoco fue correcta la intimidación sufrida por periodistas visitantes en el lugar por parte de un grupo de simpatizantes. Aunque todo quedó en amenazas sin demasiado sentido, fue un mal momento, innecesario.

Está claro que no debieran repetirse esta clase de golpes bajos al fútbol. Y que no se puede actuar irresponsablemente desde cualquier lugar que se ocupe. Cabeza fría para los futbolistas temperamentalmente excedidos; inteligencia para los dirigentes y autocrítica en el caso de los árbitros, a la larga también profesionales de la pelota que volvió a mancharse.

Los jugadores informados

El empate a la larga, no le sirvió a ninguno. La CAI relegó el puntaje ideal que traía y ya tiene a Guaraní pisándole los talones. Brown, con menor margen de maniobra, deberá pelear otra vez, esta vez administrativamente para “alivianar” las sanciones de los jugadores informados: Diego Luque, Fabio Giménez, Nicolás Ballestero y Federico Velázquez agregándose la suspensión que recibirá Walter Aciar, expulsado.

Ningún integrante del plantel local fue considerado en el informe del árbitro y resulta poco factible que se sancione al estadio Municipal.

Sobre la CAI no pesan antecedentes de este tipo. Su prolijo manejo institucional parece ser la contracara. Solamente van a los partidos unos pocos plateístas, formales y correctos que disfrutan del fútbol como una película. Podrá buscarse en todos los archivos un incidente violento o un gesto institucional poco correcto. Y no es por falta de motivos. Sufrió verdaderos robos a mano armada; goles anulados que le costaron descensos; injusticias reglamentarias y hasta casos de soborno en sus primeros tiempos en la Primera B Nacional.

Hablar de fútbol hubiera sido mucho mejor. La CAI impuso su juego en el primer tiempo, llegó al gol y parecía tener la situación controlada. Brown equilibró en la parte final y apretó hasta que terminó llevándose el punto. Igual ante lo que sucedió, el 1-1 es lo de menos.


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