Guereña, de punta a punta

A los 84 años, el artista Miguel Ángel Guereña inauguró una muestra en donde recorre su obra. Su vida, en un mano a mano imperdible con Jornada.

02 NOV 2013 - 22:34 | Actualizado

-¿Se enamora muchas veces un artista?

-Se enamora todo el tiempo, todos los días. El amor es el mejor compañero que puede tener un pintor.

-¿Cuántas veces se casó?

-Tres.

La palabra de Miguel Ángel Guereña traspasa lo límites. Transgrede. Igual que su obra. A los 84, se dio el gusto de inaugurar una nueva muestra en el Centro Cultural Provincial. El artista, uno de los más reconocidos de la provincia, cuenta su historia. Tiene los ojos cansados pero la mirada entera. Recuerda cada paso por la vida, por el mundo. Habla de sus amores, de sus tristezas, de su extensa obra. Con la misma claridad con la que pinta. Alguien dijo que las manos de Guereña hablan y que cuando hablan, todo lo demás calla…

-¿Si volvería a nacer, volvería a ser Guereña?

-Claro que si. Porque elegí un camino que es el del arte. Y el camino del arte es el camino de la libertad. Soy libre total. Le guste a quien le guste. El pintor sólo se debe a si mismo. Y a su entorno espiritual, familiar, de amigos. El entorno que tiene fe en el artista.

-¿Y cómo expresa eso en su obra?

-A través de la figura humana. La muestro en el paisaje, en la técnica. El ser humano se expresa en cada cosa que hace y eso tiene que ver también con su libertad. Todo eso, lo adapto a mi manera.

-¿La vida de un hombre de las artes es distinta a las de todos los demás?

-Sí, es distinta. Y es distinta siempre. El pintor es un ser humano con pasiones, encuentros, desencuentros, problemas políticos y sociales. La diferencia con los demás es que eso lo vuelca en su obra. Lo expresa con una recta, con un color, con el pensamiento. Eso es fundamental no sólo en la pintura, también en todas las artes. Todo depende de lo que uno vaya pensando. Pero ojo: siempre respetando al otro.

-¿Cómo se hace para seguir creando después de tanto recorrido?

-Sigo trabajando. Todos los días, todo el día. Lo que ocurre es que el tiempo que pasa te da algo importante que es el oficio. Ahora hago todo de memoria. Y me preocupa más el mensaje que la pintura. Yo pude hacer una muestra ahora, a los 84 porque tengo una obra. Si no es imposible hacer retrospectiva. Muestro lo que pintaba en tal o cual época, del país, del exterior. Cada época marca una historia, un equilibrio. Y eso es lo que la pintura tiene para decir.

-¿Y qué tiene para decir de su vida?

-De todo un poco, Hubo cosas que me marcaron. Tristes, angustiantes. La muerte de mi hija Fernanda. Esos golpes se sienten en las cosas que uno hace o trata de hacer. También recuerdo que cuando mis padres murieron no puede despedirlos. A mi papá porque yo estaba en París. Y tampoco pude despedir a mi madre. No llegué. Estaba acá en Trelew. Pero la vida también está hecha de estas cosas. Y hay que ponerle el pecho a todo.

- ¿Y sus comienzos?

-Duros, como el de todo artista. Yo estudié en la Escuela de Bellas Artes de la Plata. Era muy caro. Y una carrera de 9 años. Fijénse que empezamos 165 alumnos y nos recibimos 9. A los 15 años comencé a trabajar en el correo. Repartí telegramas, fui cartero y después telegrafista. Así me pagué la carrera. Porque mi familia no hubiese podido. Mi padre hacía sombreros, era “sombrerero” que en esa época se usaban mucho. Tuve la suerte de aprender al lado de grandes maestros como Castagnino y Spilimbergo. Un privilegio. Después empecé a viajar, a relacionarme. Eso es fundamental para un artista. Si se puede, claro.

Miguel Angel Guereña nació en La Plata el 13 de julio de 1931. Se casó tres veces y tuvo seis hijos. En 1956 realizó su primera muestra en el salón de la Asociación Judicial de esa ciudad. Su padre, también llamado Miguel era vasco. Y su madre, Ascensión Cancedo Fernández, gallega. Y como mujer de la época ferviente ama de casa. Como vivía a una cuadra de la casa de Ricardo Balbín, se hizo amigo de sus hijos con quienes jugaba al fútbol. También compartían la merienda. Una de esas tardes llegaron Arturo Frondizi y Salvador Allende. Pero también un tercer personaje de la política que Guereña recuerda de esta manera:

-Llegó muy serio. Saludó a todos. Se sacó la peluca y la sacudió. ¿Saben quién era? Alfredo Palacios.

-Finalmente, ¿Balbín logró afiliarlo?

-Sí, me lo había dicho cuando iba a su casa con sus hijos. Yo vivía en la calle 11, entre 50 y 51. El “Chino” estaba apenas a una cuadra.

-¿Y después llegó Chubut a su vida, llegó Esquel?

-Sí, tengo grandes recuerdos. Pero también situaciones encontradas. En Esquel tenía un taller de pintor de letras. Pintaba paredes con carteles de supermercados, carnicerías. Un día, mientras pintaba el cartel promocionando un vino, bajó una mujer de un auto. Y me ofreció hacer horas cátedra como profesor en la Escuela de Artes. Acepté. Pero después vino lo peor. Hubo un concurso para vicerector y lo gané. Los que perdieron no me lo perdonaron. Empezaron a perseguirme. A sembrar odio sobre mí. Hasta me denunciaron por comunista. Y no pararon hasta echarme del puesto. ¿Qué hice? Me fui.

Guereña dice basta. Tiene cosas para hacer, para crear en el atardecer del viernes. Antes de la despedida abre uno de sus libros. Y pregunta: “¿Mirá, te gusta? Es la frase que elegí para el final:

“Llegará un día en que nuestros recuerdos serán nuestra única riqueza”.

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02 NOV 2013 - 22:34

-¿Se enamora muchas veces un artista?

-Se enamora todo el tiempo, todos los días. El amor es el mejor compañero que puede tener un pintor.

-¿Cuántas veces se casó?

-Tres.

La palabra de Miguel Ángel Guereña traspasa lo límites. Transgrede. Igual que su obra. A los 84, se dio el gusto de inaugurar una nueva muestra en el Centro Cultural Provincial. El artista, uno de los más reconocidos de la provincia, cuenta su historia. Tiene los ojos cansados pero la mirada entera. Recuerda cada paso por la vida, por el mundo. Habla de sus amores, de sus tristezas, de su extensa obra. Con la misma claridad con la que pinta. Alguien dijo que las manos de Guereña hablan y que cuando hablan, todo lo demás calla…

-¿Si volvería a nacer, volvería a ser Guereña?

-Claro que si. Porque elegí un camino que es el del arte. Y el camino del arte es el camino de la libertad. Soy libre total. Le guste a quien le guste. El pintor sólo se debe a si mismo. Y a su entorno espiritual, familiar, de amigos. El entorno que tiene fe en el artista.

-¿Y cómo expresa eso en su obra?

-A través de la figura humana. La muestro en el paisaje, en la técnica. El ser humano se expresa en cada cosa que hace y eso tiene que ver también con su libertad. Todo eso, lo adapto a mi manera.

-¿La vida de un hombre de las artes es distinta a las de todos los demás?

-Sí, es distinta. Y es distinta siempre. El pintor es un ser humano con pasiones, encuentros, desencuentros, problemas políticos y sociales. La diferencia con los demás es que eso lo vuelca en su obra. Lo expresa con una recta, con un color, con el pensamiento. Eso es fundamental no sólo en la pintura, también en todas las artes. Todo depende de lo que uno vaya pensando. Pero ojo: siempre respetando al otro.

-¿Cómo se hace para seguir creando después de tanto recorrido?

-Sigo trabajando. Todos los días, todo el día. Lo que ocurre es que el tiempo que pasa te da algo importante que es el oficio. Ahora hago todo de memoria. Y me preocupa más el mensaje que la pintura. Yo pude hacer una muestra ahora, a los 84 porque tengo una obra. Si no es imposible hacer retrospectiva. Muestro lo que pintaba en tal o cual época, del país, del exterior. Cada época marca una historia, un equilibrio. Y eso es lo que la pintura tiene para decir.

-¿Y qué tiene para decir de su vida?

-De todo un poco, Hubo cosas que me marcaron. Tristes, angustiantes. La muerte de mi hija Fernanda. Esos golpes se sienten en las cosas que uno hace o trata de hacer. También recuerdo que cuando mis padres murieron no puede despedirlos. A mi papá porque yo estaba en París. Y tampoco pude despedir a mi madre. No llegué. Estaba acá en Trelew. Pero la vida también está hecha de estas cosas. Y hay que ponerle el pecho a todo.

- ¿Y sus comienzos?

-Duros, como el de todo artista. Yo estudié en la Escuela de Bellas Artes de la Plata. Era muy caro. Y una carrera de 9 años. Fijénse que empezamos 165 alumnos y nos recibimos 9. A los 15 años comencé a trabajar en el correo. Repartí telegramas, fui cartero y después telegrafista. Así me pagué la carrera. Porque mi familia no hubiese podido. Mi padre hacía sombreros, era “sombrerero” que en esa época se usaban mucho. Tuve la suerte de aprender al lado de grandes maestros como Castagnino y Spilimbergo. Un privilegio. Después empecé a viajar, a relacionarme. Eso es fundamental para un artista. Si se puede, claro.

Miguel Angel Guereña nació en La Plata el 13 de julio de 1931. Se casó tres veces y tuvo seis hijos. En 1956 realizó su primera muestra en el salón de la Asociación Judicial de esa ciudad. Su padre, también llamado Miguel era vasco. Y su madre, Ascensión Cancedo Fernández, gallega. Y como mujer de la época ferviente ama de casa. Como vivía a una cuadra de la casa de Ricardo Balbín, se hizo amigo de sus hijos con quienes jugaba al fútbol. También compartían la merienda. Una de esas tardes llegaron Arturo Frondizi y Salvador Allende. Pero también un tercer personaje de la política que Guereña recuerda de esta manera:

-Llegó muy serio. Saludó a todos. Se sacó la peluca y la sacudió. ¿Saben quién era? Alfredo Palacios.

-Finalmente, ¿Balbín logró afiliarlo?

-Sí, me lo había dicho cuando iba a su casa con sus hijos. Yo vivía en la calle 11, entre 50 y 51. El “Chino” estaba apenas a una cuadra.

-¿Y después llegó Chubut a su vida, llegó Esquel?

-Sí, tengo grandes recuerdos. Pero también situaciones encontradas. En Esquel tenía un taller de pintor de letras. Pintaba paredes con carteles de supermercados, carnicerías. Un día, mientras pintaba el cartel promocionando un vino, bajó una mujer de un auto. Y me ofreció hacer horas cátedra como profesor en la Escuela de Artes. Acepté. Pero después vino lo peor. Hubo un concurso para vicerector y lo gané. Los que perdieron no me lo perdonaron. Empezaron a perseguirme. A sembrar odio sobre mí. Hasta me denunciaron por comunista. Y no pararon hasta echarme del puesto. ¿Qué hice? Me fui.

Guereña dice basta. Tiene cosas para hacer, para crear en el atardecer del viernes. Antes de la despedida abre uno de sus libros. Y pregunta: “¿Mirá, te gusta? Es la frase que elegí para el final:

“Llegará un día en que nuestros recuerdos serán nuestra única riqueza”.


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