Entró a la Armada Argentina con apenas 17 años. Orgulloso, cara a cara con el juez Enrique Guanziroli le recordó que los pibes a esa edad no saben qué hacer de su vida. “Pero yo a los 5 años, desde que tengo algún recuerdo, sólo quería una cosa: ser soldado”. Se anotó en la Escuela Naval y fue cadete y se convirtió en infante de Marina. “Con mis 19 años ya veía qué hacía cada uno en una guerra y me dije que quería verla donde la pudiera sentir como persona e influir en el combate, no estar detrás de la pantalla de una computadora”.
El 31 de diciembre de 1977, a los 20, egresó como guardiamarina. Con 25 años fue a Malvinas. Descansó 15 días y siguió su carrera naval. “Soy oficial infante de Marina, especialidad infante de Marina”. No es un error de repetición: “Infante-infante, doblemente bruto y orgulloso”, sonrió.
El juez lo miró, callado. Hizo una pausa teatral y regresó a su juventud uniformada. En 1982 las unidades que iniciaban el combate en las islas se completaron con oficiales de todo el continente. Un lunes salió de su clase de Termodinámica, en la Escuela de Oficiales de la Armada en Puerto Belgrano y viajó derechito a Malvinas. “Me designaron jefe de una sección de tiradores como teniente de corbeta. Se me cumplió el sueño del pibe”.
Fue jefe de 40 hombres y cubrió el extremo oeste de un monte llamado Tumbledown. “Un lugar precioso, un paraíso”, recordó. Desde la medianoche del 13 de junio y hasta las 8.10 del otro día, su sección fue atacada sin parar por el 2º Batallón de la Guardia Escocesa, completo. Y por una compañía del 7º Regimiento Gurka del Duque de Edimburgo. “Tumbledown fue el único lugar y la única circunstancia de Malvinas donde se combatió a bayoneta, todos mis hombres y yo. También a patadas, granadas, fusil, pistola y granadas antitanque contra personas”. Cuerpo a cuerpo, 8 horas y media.
Levantó los brazos, miró al juez y se miró las palmas. “En ese combate curé soldados con estas manitos que no me lavé en dos meses”. Algunos sobrevivieron, otros no. La diferencia con el abrumador enemigo inglés era de 7 a 1. “Llegó un momento en que logré una pausa de media hora porque viéndome superado y sin posibilidades de que ninguno sobreviviera, ordené a la artillería argentina que tire sobre nosotros. No hay que ser militar para saber qué pasa”. Una masacre que eliminó argentinos y extranjeros, mezclados en el monte.
Su comandante le dijo que podía rendirse. Eran las 1.30 del 14 de junio. “Dije que no, que ahí me quedaba. A la media hora los ingleses pasaron al asalto de nuevo y de nuevo hice que la artillería tirara contra nosotros, dos veces más, a las 3 y a las 4.30”. Los ingleses sacaban los cuerpos de los soldaditos de los pozos de zorro y los ocupaban de a uno. “Moría tanta gente nuestra como de ellos”. El último pozo cayó a las 8.10, el suyo.
Lo interrogaron, no habló y le rompieron las costillas a patadas. Le ataron las manos en la espalda, lo acomodaron sobre una roca grande y le abrieron las piernas. “Me sacaron del punto de equilibrio, formaron un pelotón de fusilamiento y un teniente a mi izquierda ordenó abrir fuego”. Las balas picaron sobre su cabeza. Fue su bautismo de simulacro. “Y no hablé”, insistió. Regresó vivo. Murieron 14 de sus 40 soldados. Y sólo 6 hombres pudieron dejar el campo de batalla por sus propios medios.
Un tal Mike Seear, militar inglés, fue el jefe de Operaciones de los gurkas esa larguísima noche. También volvió vivo y años después escribió “Return to Tumbledown”. En ese libro elogió a su rival argie. “Luego de que la sección que cubría sus espaldas se replegase sin darle aviso y rodeado de un enemigo numéricamente superior, cualquier oficial promedio se hubiera rendido. Pero esto nunca pasó por su cabeza. Por el contrario, él estaba determinado a hacer algo inmediato que Sun Tzu hubiera aprobado. Si actúo rápido vivo, si tardo muero. A continuación, pidió fuego de artillería sobre su propia posición”.
Exactamente 30 años después, otro 14 de junio, el abogado del capitán de navío Carlos Daniel Vázquez hizo el alegato final para demostrar que su cliente no ejecutó inteligencia ilegal desde la Base Almirante Zar de Trelew, que está lejos pero no tanto de Malvinas. “Mire lo que es la vida, señor juez, y qué cosas distintas pasan dos 14 de junio. Desde el principio me negué a hablar en este juicio porque con franqueza, no le veo sentido. No soy soberbio, lo único que soy es un soldado dolorido que tiene que venir a explicarle a usted, un tribunal argentino, que no soy un delincuente”.
Hace 38 años que el capitán Vázquez presta servicio a la Armada. Su orgullo más grande son una medalla por valor en combate y un hijo que se hizo teniente “aún después de ver lo que le pasó a su padre”. El 1º de agosto se retira. Un día antes escuchará una sentencia, sentado en el Cine Teatro “José Hernández” de Rawson. Lo que es la vida.#
Entró a la Armada Argentina con apenas 17 años. Orgulloso, cara a cara con el juez Enrique Guanziroli le recordó que los pibes a esa edad no saben qué hacer de su vida. “Pero yo a los 5 años, desde que tengo algún recuerdo, sólo quería una cosa: ser soldado”. Se anotó en la Escuela Naval y fue cadete y se convirtió en infante de Marina. “Con mis 19 años ya veía qué hacía cada uno en una guerra y me dije que quería verla donde la pudiera sentir como persona e influir en el combate, no estar detrás de la pantalla de una computadora”.
El 31 de diciembre de 1977, a los 20, egresó como guardiamarina. Con 25 años fue a Malvinas. Descansó 15 días y siguió su carrera naval. “Soy oficial infante de Marina, especialidad infante de Marina”. No es un error de repetición: “Infante-infante, doblemente bruto y orgulloso”, sonrió.
El juez lo miró, callado. Hizo una pausa teatral y regresó a su juventud uniformada. En 1982 las unidades que iniciaban el combate en las islas se completaron con oficiales de todo el continente. Un lunes salió de su clase de Termodinámica, en la Escuela de Oficiales de la Armada en Puerto Belgrano y viajó derechito a Malvinas. “Me designaron jefe de una sección de tiradores como teniente de corbeta. Se me cumplió el sueño del pibe”.
Fue jefe de 40 hombres y cubrió el extremo oeste de un monte llamado Tumbledown. “Un lugar precioso, un paraíso”, recordó. Desde la medianoche del 13 de junio y hasta las 8.10 del otro día, su sección fue atacada sin parar por el 2º Batallón de la Guardia Escocesa, completo. Y por una compañía del 7º Regimiento Gurka del Duque de Edimburgo. “Tumbledown fue el único lugar y la única circunstancia de Malvinas donde se combatió a bayoneta, todos mis hombres y yo. También a patadas, granadas, fusil, pistola y granadas antitanque contra personas”. Cuerpo a cuerpo, 8 horas y media.
Levantó los brazos, miró al juez y se miró las palmas. “En ese combate curé soldados con estas manitos que no me lavé en dos meses”. Algunos sobrevivieron, otros no. La diferencia con el abrumador enemigo inglés era de 7 a 1. “Llegó un momento en que logré una pausa de media hora porque viéndome superado y sin posibilidades de que ninguno sobreviviera, ordené a la artillería argentina que tire sobre nosotros. No hay que ser militar para saber qué pasa”. Una masacre que eliminó argentinos y extranjeros, mezclados en el monte.
Su comandante le dijo que podía rendirse. Eran las 1.30 del 14 de junio. “Dije que no, que ahí me quedaba. A la media hora los ingleses pasaron al asalto de nuevo y de nuevo hice que la artillería tirara contra nosotros, dos veces más, a las 3 y a las 4.30”. Los ingleses sacaban los cuerpos de los soldaditos de los pozos de zorro y los ocupaban de a uno. “Moría tanta gente nuestra como de ellos”. El último pozo cayó a las 8.10, el suyo.
Lo interrogaron, no habló y le rompieron las costillas a patadas. Le ataron las manos en la espalda, lo acomodaron sobre una roca grande y le abrieron las piernas. “Me sacaron del punto de equilibrio, formaron un pelotón de fusilamiento y un teniente a mi izquierda ordenó abrir fuego”. Las balas picaron sobre su cabeza. Fue su bautismo de simulacro. “Y no hablé”, insistió. Regresó vivo. Murieron 14 de sus 40 soldados. Y sólo 6 hombres pudieron dejar el campo de batalla por sus propios medios.
Un tal Mike Seear, militar inglés, fue el jefe de Operaciones de los gurkas esa larguísima noche. También volvió vivo y años después escribió “Return to Tumbledown”. En ese libro elogió a su rival argie. “Luego de que la sección que cubría sus espaldas se replegase sin darle aviso y rodeado de un enemigo numéricamente superior, cualquier oficial promedio se hubiera rendido. Pero esto nunca pasó por su cabeza. Por el contrario, él estaba determinado a hacer algo inmediato que Sun Tzu hubiera aprobado. Si actúo rápido vivo, si tardo muero. A continuación, pidió fuego de artillería sobre su propia posición”.
Exactamente 30 años después, otro 14 de junio, el abogado del capitán de navío Carlos Daniel Vázquez hizo el alegato final para demostrar que su cliente no ejecutó inteligencia ilegal desde la Base Almirante Zar de Trelew, que está lejos pero no tanto de Malvinas. “Mire lo que es la vida, señor juez, y qué cosas distintas pasan dos 14 de junio. Desde el principio me negué a hablar en este juicio porque con franqueza, no le veo sentido. No soy soberbio, lo único que soy es un soldado dolorido que tiene que venir a explicarle a usted, un tribunal argentino, que no soy un delincuente”.
Hace 38 años que el capitán Vázquez presta servicio a la Armada. Su orgullo más grande son una medalla por valor en combate y un hijo que se hizo teniente “aún después de ver lo que le pasó a su padre”. El 1º de agosto se retira. Un día antes escuchará una sentencia, sentado en el Cine Teatro “José Hernández” de Rawson. Lo que es la vida.#